Imaginemos que estos grupos, al ver caer sus ventas, promociones, publicidad y suscripciones, y observar que el mercado publicitario on-line es menospreciado y no es cobrado como se debe, ya sea por falta de creatividad, de estímulos, o de dinero en circulación, deciden blindar todos sus contenidos de habla hispana en la península, a golpe de aplicación, y las agencias les secundan.
Imaginemos que esto lo llaman “kiosco virtual” y la política nacional y toda información verosímil, de calidad, creíble y digna de ser tomada en consideración se halla detrás de sus muros, previo pago.
Imaginemos, finalmente, que lo adaptan a las nuevas tabletas digitales, que permiten auténticas pasarelas de control de cobro, no como el campo abierto y libre de internet, donde el contenido campa a sus anchas sin control ni barreras.
Ese sueño del editor de hoy, se puede llevar a la realidad sólo si se prescinde de la ideología, la historia, se aúnan tecnologías, se tienen en cuenta precios, referentes y criterios idénticos, se generan unos protocolos de conducta comunes y se acuerdan, a modo de oligopolio, unas bases de actuación estandarizadas.
A partir de ahí, se busca una manera de suscribir a los lectores y se reparten cuotas de poder, intentando extrapolar el mercado clásico al moderno, manteniendo los mismos esquemas de trabajo de la antigua escuela.
Imaginar es gratis, claro, pero intentar cambiar las reglas del consumo, a golpe de tecnología, puede salir muy caro… o muy rentable.