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Trincheras éticas en la redacción

Javier Darío Restrepo / Fuente: www. pulso.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Alrededor del concepto de utopía, de la conciencia de identidad profesional y de la idea que se tenga sobre la función social de los medios, hay una disparidad de criterios y de actitudes que nos lleva a preguntarnos ¿ cómo acercar estas opiniones distanciadas sobre lo ético? ¿Cómo crear un espacio en el que puedan convivir unos y otros sin someter a deterioro los derechos de los receptores de información? Estas son algunas de las respuestas y propuestas.

Las polémicas verbales o escritas entre periodistas rasos y periodistas en cargos de dirección, dejan una primera evidencia: son a menudo escarceos dialécticos inútiles porque se hunden en el pantano de las palabras ambiguas. Consideren, por ejemplo, los distintos significados que tiene la palabra verdad, en esas discusiones: ¿es el intento para evitar que se disfrace la realidad? ¿Es enseñar a ver la realidad? ¿Es reflejar la realidad?
¿Qué entiende un jefe de redacción por objetividad? ¿Que se cuenten los hechos como son? ¿Cómo conciliar esta exigencia con la realidad del reportero que no se puede despojar, en cada caso, de sus sentimientos, de su cultura, de su nivel intelectual ni de sus limitaciones profesionales? Cuando el director o editor están convencidos de que el periodismo libre tiene que apoyarse en el mercado, cómo acercarlo al reportero convencido de que el periodismo debe ser libre a pesar del mercado? Y qué hacer frente a las dos miradas sobre el rumor, si el editor considera que es una noticia que aún no se ha publicado, y el reportero, basado en su experiencia diaria, sostiene que es solo el gérmen de una noticia?
Más fuerte es la discusión sobre la libertad de expresión que para algún director, más político que periodista, es el derecho a decir lo que uno quiera; mientras para el periodista, más periodista que político, libertad de expresión es el derecho a decir lo que uno debe decir, no lo que le de la gana?
Ante esta ambigüedad de las palabras es obvio que cualquier discusión resulta estéril si antes no se ha definido su alcance y contenido. El distanciamiento por criterios éticos con frecuencia carece de realidad y es solo el resultado de una definición deficiente de las palabras.

Los hechos, en cambio, son menos ambiguos y dan lugar para hacer esta propuesta: fundar el acercamiento entre los miembros de una redacción en el propósito común de hacer el mejor periódico posible, un objetivo que conviene a todos porque de la publicación de un buen producto informativo se sigue ganancia para todos. Pero ¿qué es un buen periódico?
En un reciente foro celebrado en Colombia con el propósito de repensar el periodismo, Carlos Raymundo Roberts, secretario de redacción de La Nación, de Buenos Aires, enumeró los factores que, reunidos, hacen un buen producto:
1. La independencia respecto de todos los poderes, especialmente frente al poder gubernamental y el político; porque les da a los lectores la garantía de una información no manipulada ni manipuladora.

2. El compromiso con la verdad, que es una respuesta a lo que el lector quiere encontrar cuando abre sus páginas.

3. Una buena información, en la que se encuentren todos los ángulos de los hechos.

4. Que esté bien escrito y, por tanto, fácil y agradable de leer.

5. Información con valor agregado, esto es, que no se limite a contar sino que explique.

6. Bien editado, porque es un elemento técnico que ayuda a la comprensión.

7. Con agenda propia, que le dé personalidad y lo convierta en un producto que no puede ser reemplazado por otro similar.

8. Que sea capaz de reconocer sus errores; este reconocimiento deja en el lector la convicción de que para el periódico la verdad está por encima de cualquiera otra consideración.

9. Atención a las buenas noticias, lo que supone más profesionalismo y técnica que la sola difusión de malas noticias.

Este es, desde luego, el periódico que el lector considera indispensable para su información diaria, distinto del que se mira con curiosidad y de paso, por el escándalo que vocea, pero que es prescindible. ese periódico tiene éxito momentáneo, aquél tiene imagen sólida y duradera.

Hacer un buen periódico es una tarea infinitamente más compleja que hacer buenos automóviles, computadores, zapatos o empanadas. Afirmación que nos revela una clave para superar el conflicto: entender en qué consiste un buen periódico y trabajar alrededor de ese propósito.

Los diarios que han aceptado esa concepción del buen periódico, ante la complejidad de los elementos necesarios para alcanzar ese ambicioso objetivo, han revisado su estructura interna en busca de una que permita optimizar el recurso humano. Por ese camino se ha llegado al desmonte de una estructura autoritaria y vertical, tradicional en algunos medios, y a la adopción de un esquema horizontal y de participación de toda la redacción.

La estructura tradicional, jerarquizada y autoritaria, parte del supuesto de que el poder lo es todo y, por consiguiente, la capacidad de iniciativa y de crítica se concentran en una minoría que, generalmente, mira más a los intereses de la empresa y pierde de vista los de la sociedad. Además, dentro de ese esquema, se utilizan el talento y la creatividad del grupo ubicado en los cargos de dirección. Los demás se tienen en cuenta a la hora de obedecer las órdenes. Una reingeniería empresarial está aconsejando en los periódicos la adopción de un esquema horizontal de participación democrática de toda la redacción, que permita aprovechar el potencial de todos para la elaboración de agenda, para la autocrítica y para el hallazgo y realización de las mejores propuestas creativas.

Consecuencia de la aplicación de este esquema de operación es la práctica del periodismo en equipo, que hace desaparecer, como un anacronismo, la figura del reportero solitario, dueño exclusivo de fuentes, temas y noticias, y les da a los lectores un producto enriquecido —recargado, dirían hoy— con el aporte y la madurez de un equipo.

Se complementa la propuesta anterior con la de una práctica que hoy está renovando la vida de los mejores periódicos en el mundo: su interactividad con los lectores. Pesan en mí los años en que he sido defensor del lector, pero es un peso positivo porque puedo testimoniar que la influencia del lector es aire fresco para el periódico, es garantía contra el anquilosamiento y la rutina y es una permanente visión crítica, necesaria para un producto que debe renovarse cada día.

Un examen de los vicios de que se acusa reiteradamente a periodistas y medios revela que, en parte, se deben al aislamiento autosuficiente de estas empresas, en riesgo permanente de dogmatismo, autoritarianismo y autosatisfacción. La voz del lector agrieta dogmas y le baja el tono a la suficiencia autocrática de medios y periodistas, con una consecuencia benéfica: un acercamiento a la clientela, mucho más efectivo que las fórmulas publicitarias y de relaciones públicas.

De ese acercamiento resulta otro hecho que inspira una nueva propuesta: la operación de mecanismos de autocrítica.

Si la autocrítica se mira como un mecansimo para conocer mejor la realidad, es evidente que coincide con la manera de ser de periódicos y periodistas que, por definición, buscan y no le temen a la verdad.

Lo ético, por tanto, es el resultado de una exploración sobre la naturaleza humana, y esa indagación, nunca termina. Un diálogo ético es el instrumento para esa búsqueda que siempre enriquece porque aporta cada vez nuevos conocimientos sobre la naturaleza humana y sobre la profesión, pero además, unicamente cuando la sensibilidad ética se filtra de modo natural en el mundo del trabajo del periodismo es posible elevar los estándares.

Estas reflexiones me permiten llegar a una conclusión, que es el punto por donde debí comenzar y es que cuando se registra un choque entre la visión ética de un periodista frente a un medio no ético, el problema no es de ética vs no ética, sino de dogmatismos. Dos dogmáticos enfrentados siempre chocan y generan un incendio que no ilumina pero sí quema y destruye. La luz de los valores éticos no resulta de los choques sino de la serena e inteligente puesta en común de pensamientos y experiencias.

Cuando Aristóteles definía la ética como un saber práctico, descartaba cualquier predominio de teorías y por supuesto el uso de trampas retóricas y verbales y reafirmaba su fe en el poder persuasor de los hechos. Es el examen de los hechos, es la sabiduría que dejan como remanente las experiencias vividas, es la lectura de los propios errores que, como las cicatrices en el cuerpo del guerrero, se pueden deletrear como huellas y conocimientos que dejó la vida. Son esos los caminos por donde se llega a la percepción de lo ético.

A lo largo de la historia humana, la empresa de buscar las características de la naturaleza de que estamos hechos todos los hombres, ha sido una tarea común que ha enriquecido la sensibilidad ética. A más conocimientos de la naturaleza humana, mayor finura en la percepción de lo ético. De la misma manera, al particularizar en la ética periodística, a mayor conocimiento de esta profesión mayor sutileza en la sensibilidad ética con que se ejerce.

Coinciden la retórica y la expresión de los mejores en afirmar que esta es la más bella de las profesiones; también tendremos que concluir que es la más bella porque es la más exigente y porque en ella no hay cabida para la mediocridad, ni para la resignación, ni para la vulgaridad. Por el contrario, es el campo propicio para las utopías y los idealismos de esa porción de la humanidad que vive convencida de que con la palabra se puede contar y construir la historia.
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