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Mejor que Bombear Gasolina

Mejor que Bombear Gasolina

Sergio Rego Monteiro / Fuente: www. revista-ideasonline.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Con los ojos desorbitados, empezando a transpirar y sentado justo en el borde de la silla, era la imagen de la incomodidad. Retorciendo sus manos, se rascó varias veces la oreja en un tic involuntario. Su padre me había pedido que recibiera al joven y le diera algunos consejos. Dicho sea de paso, esta es la época de mi vida en la que definitivamente tengo que ubicarme en la categoría de “persona mayor”, y no estoy hablando de la sabiduría. El pelo se me cae en lugares en los cuales antes era abundante y crece pelo nuevo en lugares en los que nunca existió. Todo esto además de ayudar a los chicos de mis contemporáneos en la búsqueda de la sabiduría y de pensar que tenemos todas las respuestas. Ah, y me olvido de hablar de los otros “privilegios” de las personas mayores: acostumbramos a usar la puerta delantera de los ómnibus, a viajar gratis y a pagar menos en el cine. Y dejémoslo ahí. “¿Otro local de clasificados!!?” – se quejó el joven. Su razón para venir a ver a un amigo de su padre era encontrar un trabajo en un periódico. “Soy soltero y economista, pero no puedo encontrar trabajo en ese campo y estoy dispuesto a aceptar esta oportunidad en ventas porque ya no puedo vivir de la asignación que me da mi padre”. Una noble decisión, pensé para mis adentros.
No la de ser soltero y economista – profesiones que solo pueden conducir al mal – sino la de trabajar en el periódico. Pero no dije una palabra, sin embargo – porque no parecía ser la clase de personas que apreciara esa clase de bromas. “A ver, contame,” le dije con una gran sonrisa, en un intento por introducir cierta distensión en nuestra conversación en ciernes. “Mi padre me pidió que hablara con usted. Como usted sabe, él es médico y no sabe nada sobre periódicos y todo lo que hace es criticarlos. Pero él tiene un paciente que es Jefe de Redacción y que me ha abierto una puerta,” empezó diciendo.“Fui ahí, al periódico y luego de una serie de entrevistas me ponen en una receptoría de clasificados en la Zona Sur. En Ipanema, tan luego!” Yo no entendía la razón para el prejuicio. “¿Algo contra Ipanema?”, le pregunté. Usted no entiende, yo vivo en Ipanema! Ahí es donde viven todos mis amigos, también! Me van a ver detrás de un mostrador vendiendo pequeños avisos,” dijo, casi llorando. “Pero, mi hijo,” dije (otro síntoma del comienzo de la senilidad es cuando uno empieza a tratar a todo el mundo como si fueran sus hijos o hijas), “es importante que uno empiece a conocer a sus clientes. Esa es la gente que va a pagar su salario. Trabajar justo ahí en el frente de combate, ayudando a los compradores de clasificados, es un buen comienzo,” me las ingenié para decirle, poniendo énfasis a mis palabras para convencerlo. “La mayoría de la gente de marketing está siempre haciendo números y proyecciones y revisando sus encuestas, pero casi nunca han hablado con un cliente o al menos nunca cerraron una venta. Usted, sin embargo, va a tener esa oportunidad.” El joven me miró con enojo en sus ojos. No quería escuchar eso. Lo que le hubiera gustado es que yo hubiera ido a decirle a su padre que él estaba demasiado capacitado y que tenía mucho más potencial que lo necesario para ser empleado de ventas. Fué ahí cuando decidí usar lo que tenemos las personas mayores y que no tienen los recién graduados – el hecho que hemos cometido muchos más errores en la vida. Y le conté mi historia. “Sabe, yo fui a un colegio pupilo en Suiza. Esos fueron mis días de secundario y aprendí mucho, pero me creía que estaba mucho mejor de lo que en realidad estaba. Yo viajaba por toda Europa en tren en los fines de semana y hablaba muchos idiomas, algunos de los cuales aún recuerdo vagamente como extraños dialectos que aún hablo pero muy poca gente comprende. Volví a Brasil esperando convertirme en ejecutivo de una compañía. Por supuesto. ¿Universidad? ¿Para qué? Yo ya sabía tanto. Llené una solicitud para trabajar en Atlantic de Petróleo. Los debo haber impresionado porque una semana después recibí un telegrama invitándome a una reunión para darme detalles de mi nuevo trabajo. “Y me senté, exactamente como usted está sentado acá – un joven arrogante escuchando una charla sobre sus tareas recientemente asignadas. La mujer del departamento de personal me preguntó dónde vivía. Sacó un gran directorio, buscó algo e hizo una anotación en un pedazo de papel. Me entregó el papel y dijo: “Estación de servicio de Atlantic Gas en la Plaza del Jockey Club, preséntese al gerente cuando llegue.” “Pero”, pregunté, “mi oficina no va a estar acá, en el centro, en el edificio de Atlantic?” “No, joven, usted va a empezar de abajo, atendiendo a los clientes en los puntos de venta. Ahí es donde creamos nuestra relación de lealtad y ahí es donde ganamos o perdemos nuestra batalla con la competencia.”
“Yo me vi, usando el uniforme de un asistente de estación de servicio, con esos mamelucos con las insignias de Atlantic bordadas en el mismo, atendiendo a mis amigos y a todas aquellas chicas a las que miraba por esa época. Sería desastroso, pensé. Una humillación total. Un puesto bombeando gasolina y limpiando parabrisas? Solo mendigar bajo los puentes de la ciudad podría ser peor. Casí grité del desencanto cuando sentí que mi puesto de ejecutivo se me iba de las manos.” “Pero yo sé hablar varios idiomas y fui al colegio en Europa”, sostuve. “Eso va a ser excelente, tenemos cientos de clientes extranjeros que vienen a cargar en nuestras estaciones,’ dijo la mujer. “Va a hacer que la atención sea más fácil.” “Eso fue bastante para mí. Salí de esa oficina y rompí los papeles de mi contrato en pedacitos. Nunca volví a aparecer por Atlantic otra vez. Hoy, sin embargo, me doy cuenta qué chiquilín que fui. Eché por la borda lo que pudo haber sido una carrera en una multinacional de la industria petrolera.” Mi interlocutor ahora estaba sentado cómodamente en su silla y se veía relajado.
“Debo decir que el episodio terminó impulsándome a seguir la facultad para obtener un título de periodista porque me demostró que mi ventaja competitiva, no muy útil al principio, podría serme útil más adelante en mi vida... Esto es lo que puedo darte hoy como consejo. Aprende a conocer a tu cliente, esto te hará distinto a los demás. La mayoría de la gente es prejuiciosa y haragana y siguen sentados en sus escritorios leyendo papeles,” concluí.

Su respuesta fue: “Bien, puede que tenga razón, es mejor trabajar en el mostrador de clasificados que bombear gasolina en una estación de servicio” y partió, sonriendo y agradecido. No estoy seguro de si entendió mi anécdota correctamente. Quizás él escriba una columna dentro de muchos años contándonos lo que pasó...
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