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Periodismo a la deriva (Parte I, de IV)

Paloma Díaz Sotero // Fuente: www. saladeprensa.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
¿Quién es el periodista y para qué o quién trabaja? Es la pregunta que llevo haciéndome desde que decidí añadir a mi experiencia profesional la realización de un Doctorado en Periodismo. Y la primera conclusión a la que llego es que lo que nos venden diariamente a través de los medios de comunicación no es periodismo; son sólo noticias.

Para desembocar en esta idea basta con alejarse un poco de la prensa diaria y los informativos de radio y televisión y encontrarse con otras formas de contar las cosas… Abunda lo mediocre, cierto. Es preciso ver formas y contenidos insólitos y distintos para ser consciente de la mediocridad y desear mejorar.

Cuando leo en la calle carteles reivindicativos del tipo “Otra universidad es posible. Otro mundo es posible. Otro barrio es posible”, dudo de quien lo proclama, puesto que yo no conozco otro mundo, otra universidad, otro barrio. Creo, sin embargo, en que otro periodismo distinto al cotidiano es posible, porque uno tiene ejemplos a la vista que lo certifican. Algunos, como la revista Le Temps Strategique –fundada por Claude Monnier (cfr. 1992, 1998 y 2001)–, estaban ahí desde hace tiempo aunque sean pocos los que llegan a descubrir su existencia.

Reflexionar sobre distintos tipos de periodismo (“de servicio”, “de precisión”, “de anticipación”, “de soluciones”, etc.) que rompen el convencionalismo rutinario, así como sobre distintas formas de hacerlo según los países y las épocas, es imprescindible para darnos cuenta del tipo de periodismo que, por el contrario, se hace hoy mayoritariamente, procurando así ser conscientes de la profesión y del mercado en los que estamos metidos.
En mi caso particular, el descubrimiento de otros periodismos con los que interpelar y rebatir el tradicional “periodismo de declaraciones” ha surgido recientemente entre las lecturas y diálogos de un curso de Doctorado y lo que presento a continuación es el fruto de esa reflexión elaborada a lo largo de varios meses:1

Es preciso señalar que los aspectos comentados corresponden al trabajo periodístico en España, que es donde, de momento, lo ejerzo y lo estudio. La descripción de los tipos de “periodismo alternativo” señalados al final, como salvavidas, viene dada por el análisis de casos concretos encontrados fuera de mi país.

Para comenzar me gustaría que resultara posible aclarar qué es el periodismo: ¿una profesión o un oficio?
La verdad, las consultas a distintos profesionales no me han aclarado nada. Y el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua tampoco; paradójicamente, cada uno de estos términos remite al otro para ser definido:

Profesión: 1. Acción y efecto de profesar. 2. Ceremonia eclesiástica en la que alguien profesa en una orden religiosa. 3. Empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución.

Oficio: 1. Ocupación habitual. 2. Cargo, ministerio. 3. Profesión de algún arte mecánica. 4. Función propia de alguna cosa. 5. Comunicación escrita referente a los asuntos de las administraciones públicas.

Teniendo en cuenta que en España no hay regulación alguna sobre lo que debe hacer el periodista y para qué, es prácticamente imposible identificar el periodismo con un término u otro de manera precisa. Algunos dicen simplemente que es “un trabajo por el que te pagan, un trabajo como otro cualquiera”. Yo, al menos, he llegado a una conclusión propia:

El oficio es del periodista; y la profesión, de los periodistas como colectivo.

Creo que es oficio porque este término suele aplicarse a los trabajos artesanales, y creo que la relación que tiene el periodista con su texto escrito o su montaje audiovisual es tan directa e inimitable como la del artesano con su obra. La conexión “mente–mano–material” del creador es inquebrantable. El oficio, en el caso del periodista, sería el aprendizaje y la actividad del trabajador para contar lo que ha ocurrido. Consiste en ver, oír, relacionar, evaluar, seleccionar, ordenar y contar. Hay una creación en la que el trabajador está directamente implicado.

Pero desde el momento en que ese trabajo forma parte de una red de información y de un colectivo; desde el momento en que su autor es asalariado de una empresa, depende de otros asalariados que hacen el mismo trabajo, se atiene a un espacio y un tiempo gestionados con criterios económicos, modulando cada uno de esos papeles activos dentro de un sistema, estamos ante una profesión. Es decir, yo puedo hablar de “mi oficio” en lo que se refiere a mi relación directa con la noticia y con el lector, pero puedo hablar de “mi profesión” en lo que se refiere a la relación de mi trabajo con el sistema, a mi trabajo como parte del sistema.

Aclarada esta cuestión que me ha mantenido en vilo mucho tiempo, podemos empezar a repasar, según yo la veo, la situación actual de la profesión –que ha perdido el norte–, inseparablemente de la del oficio –que ha perdido el método–.

2. EL INDIVIDUALISMO Y LA FALTA DE MÉTODO

El desencanto


En cuanto que nos adentramos en el periodismo activo y compartimos conversación con periodistas en ejercicio, nos encontramos con el desencanto y el escepticismo que invade a éstos respecto a su profesión. Sin duda, son síntomas inequívocos de la vocación con que emprendieron su carrera y que aún mantienen (aunque muchos se empeñen en ocultarlo, precisamente por ese desencanto). ¿Por qué, entonces, ese malestar trabajando en algo por lo que sienten pasión?

El escepticismo y el afán de hacer autocrítica surge en el periodista antes incluso de empezar a ejercer como tal, durante la carrera. De ahí que no sorprenda toparse con jóvenes reporteros de entre 25 y 30 años que sean unos descreídos, pesimistas, agoreros sobre el oficio que desempeñan (paradójicamente con devoción, en algunos casos). Ese desencanto se apodera del joven periodista en cuanto que es consciente de los intereses a los que responde cada medio, de los tentáculos de los grandes grupos de comunicación y del sectarismo que estos grupos impregnan al periodismo que “intenta” ejercerse en sus medios, tal y como lúcidamente ilustra la investigación cualitativa entre viejos y nuevos asalariados del periodismo español desarrollada por Luis García Tójar (2000).

La misma sensación se vislumbra también mientras se estudia en la Facultad. Pero el desencanto se acrecienta cuando uno empieza a trabajar y comienza a ver que el problema está en las mismas salas de redacción, en sus propios maestros. No todos tienen por qué percatarse de la falta de profesionalidad, pero algunos tienen la suerte o la desgracia de hacerlo en los dos o tres primeros años de trabajo. La mayoría de los periodistas vocacionales salen de la facultad deseando contar historias y, con mucha suerte, lo mejor que encuentran es la edición de crónicas ajenas o de teletipos de agencia.

El desencanto y las críticas pasivas de los compañeros con más experiencia son las primeras lecciones que nos aprendemos y sobre las que asentamos todas las demás.

Si trabajamos en un medio de comunicación que publica información diariamente (y yo he trabajado en tres), en seguida nos damos cuenta de que en él apenas se hace periodismo y de que eso es lo que deprime al personal. Muy pocos tienen la oportunidad de hacerlo, y de lucirlo –que es el deseo del periodista por muy modesto que sea–. En su mayor parte, lo que se hace en estos medios son noticias, y las noticias apenas son ya periodismo. Hoy, las noticias son “menganito dice, fulanito contesta”. El periodismo de declaraciones es el que ocupa la mitad de los espacios informativos.

En ocasiones, es tan poco periodístico que ni siquiera nos pone en antecedentes para entender por qué ha dicho lo que ha dicho quien lo ha dicho; ni siquiera nos explica de dónde viene la supuesta polémica; da por hecho que los ciudadanos están implicados en ese juego de declaraciones entre los protagonistas de la noticia y allá cada cual cómo lo entienda. Quién, qué, dónde y cuándo, pero ni cómo ni por qué.

Este extremo se convierte en normalidad cotidiana en la mayoría de los portales de noticias en Internet, en los que prima la rapidez con la que se puede dar a conocer algo respecto al momento en que ocurre. La profundidad de la noticia apenas importa. Cuando la noticia no es un juego de declaraciones, se cuentan hechos. Hechos que la mayoría de las veces se quedan solos, sin una explicación que sirva para entenderlos. No se profundiza en ellos. Sólo se cuentan. ¿Eso son noticias? Pues sí.

En la noticia, deberíamos: primero, establecer los hechos literales –contados con la mayor objetividad o precisión posible–, y segundo, dar sentido a esas literalidades. Pero para poder hacer eso actualmente, tendremos que pasarnos al género del reportaje, en el que podemos indagar un poquito más en los hechos y facilitar un análisis de los mismos. El problema es que uno apenas suele tener el espacio (determinado por la publicidad) y el tiempo que le permitan profundizar más allá de hechos y declaraciones.

Estas limitaciones acaban sumiendo al periodista en una especie de romanticismo trágico: ¿por qué no puedo librarme de esta vocación que tan mal me trata?

La anarquía

En definitiva, el periodista es generalmente un tipo quemado por la profesión, pero apasionado de su oficio. Es inevitablemente descreído y desesperanzado, lo que le convierte en un ser mordaz y crítico y, por tanto, más apasionado. También los hay que caen en la desidia y trabajan como funcionarios, pero de esos he visto pocos en mi corta experiencia profesional.

Sin embargo –y llego adonde quería llegar–, considero que ese escepticismo en el que caemos nos hace renegar de la forma en que trabajamos, pero no del fondo. Pese a las múltiples limitaciones –externas y propias–, seguimos reconociendo la importancia social de nuestra profesión. Unos creen que la desempeñan contando cosas que pasan y que se dicen, diariamente, mecánicamente. Otros creemos que eso es insuficiente para servir a la sociedad, ya que vale de poco contar y leer cosas sin entenderlas. Bueno, sirve para manipular.

Esta deficiencia como actor social y la consecuente frustración tiene su origen en la falta de regulación de la profesión periodística y del oficio. No hay método. Si lo hubiera, respondería a unos fines. Pero no lo hay, así que el objetivo del periodismo se pierde entre lo social, lo empresarial, lo político y lo personal. Cada uno a lo suyo, y la profesión a la deriva.

La objetividad subjetiva

Echando la vista atrás, encontramos un ejemplo de método inquebrantable de trabajo, el del periodismo americano de los años 40 y 50. Sin embargo, lo criticamos por la falta de implicación de los profesionales, que se limitaban a ser altavoces de los organismos oficiales (cfr. por ejemplo Hallin, ed. 1997). Desde luego que eso es un servicio a los ciudadanos, pero estos se merecen un esfuerzo intelectual por parte de los profesionales que les transmiten la información. La información hay que analizarla, evaluarla, cribarla, jerarquizarla en función de los acontecimientos que la rodean y la propician. No estamos de acuerdo con aquella forma de informar, pero estamos de acuerdo en que había método. Había unas normas a las que todos debían ceñirse en virtud de la sacrosanta objetividad. Y el que no, era amarillo.

Ahora se apela a la objetividad del periodista; es de éste y no del periodismo en general. Y si el periodismo delega en el individuo, es fácil pensar que el periodismo ha fracasado. De hecho, trabajando en un medio de comunicación, nos damos cuenta de que uno puede ser mejor o peor periodista, más o menos objetivo, y que eso da igual para trabajar. Y todo porque la profesión ha perdido su base de mínimas reglas.

¿Por qué todo intento de determinar unos criterios, unos límites, para ejercer la profesión es visto como una amenaza a la libertad de expresión? Porque, señores, hay que reconocer que el periodista es un ser vanidoso (tiene la vanidad natural del creador) que se ha acostumbrado a hacer lo que le da la gana (seguir su propio criterio) siempre que puede, o siempre que su jefe –al que suele considerar incompetente para el puesto– se lo permite. Está tan acostumbrado a ver que las cosas se hacen mal a su alrededor que es incapaz de admitir una crítica. Eso es un efecto en cadena y la mayoría acaban siendo eslabones de esa cadena.

* Paloma Díaz Sotero es redactora diario español El Mundo y estudiante del Programa de Doctorado Dpto. Periodismo III de la Facultad de CC. Información de la Universidad Complutense de Madrid. Esta es su primera colaboración para Sala de Prensa
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