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El periodismo del nuevo siglo (Parte II de IV)

Ignacio Ramonet / Fuente: http://www. etcetera.com.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
El principio de la actualidad
Otra transformación es la que experimenta el principio mismo de actualidad. La actualidad es un concepto fuerte en el contexto de la información. Ahora bien, la actualidad es básicamente lo que dice el medio de comunicación dominante. Si éste afirma que algo forma parte de la actualidad, los demás medios de comunicación lo repetirán. Como el medio dominante actual es la televisión, será ésta el vector principal de la información y ya no solamente de la distracción. Es evidente que la televisión impondrá como actualidad todos aquellos acontecimientos que sean propios de su ámbito, acontecimientos esencialmente ricos en capital visual y en imágenes. Cualquier suceso de índole abstracto no estará nunca de actualidad en un medio de comunicación que ante todo es visual, porque entonces ya no se podría jugar con la ecuación "ver es comprender". El sistema actual transforma asimismo el propio concepto de verdad, la exigencia de veracidad, que es importante en el ámbito de la información. ¿Qué es cierto y qué es falso? El sistema en el que evolucionamos funciona de la siguiente manera: si todos los medios de comunicación afirman que algo es cierto, entonces ¡es cierto! Si la prensa, la radio o la televisión dicen que algo es cierto, pues es cierto, aunque sea falso. Evidentemente, los conceptos de verdad y mentira han variado. El receptor no tiene más criterios de apreciación, pues sólo puede orientarse comparando las informaciones de los diferentes medios de comunicación. Y si todos dicen lo mismo, está obligado a admitir que es verdad.
Por último, ha cambiado otro aspecto, el de la especificidad de cada medio de comunicación. Durante mucho tiempo, se podían contraponer entre sí prensa escrita, radio y televisión. Es cada vez más difícil hacer que compitan entre sí, porque los medios de comunicación hablan de sí mismos, repiten lo que dicen los otros medios de comunicación, lo dicen todo y, a la vez, dicen lo contrario. Así, pues, constituyen cada vez más una esfera de la información y un sistema único en el que es difícil hacer distinciones. Se podría decir también que este conjunto se complica aún más a causa de la revolución tecnológica. Se trata básicamente de la revolución numérica.

Los tres sistemas de signos
Hasta ahora, en el mundo de la comunicación disponíamos de tres sistemas de signos: el texto escrito, el sonido de la radio y la imagen. Cada uno de ellos ha dado lugar a un sistema tecnológico. El texto ha generado la edición, la imprenta, el libro, el periódico, la linotipia, la tipografía, la máquina de escribir, etcétera. El texto está, pues, en el origen de un verdadero sistema, al igual que el sonido, que ha dado lugar a la radio, el magnetófono y el disco. Por su parte, la imagen ha producido el cómic, el cine mudo, el cine sonoro, la televisión, el video, etcétera. La revolución numérica está haciendo converger de nuevo los sistemas de signos hacia un sistema único: texto, sonido e imagen pueden, a partir de ahora, expresarse en forma de byte. Son los llamados multimedia. Todo ello significa que, para vehicular un texto en sonido y en imágenes, ya no puede establecerse una diferencia entre los sistemas tecnológicos. El mismo vehículo permite transportar los tres géneros a la velocidad de la luz.

Se pueden enviar textos, sonidos e imágenes a la velocidad de la luz, conjuntamente o por separado. Este sistema supone una transformación radical, porque modifica nuestra profesión en la medida en que han dejado de existir las diferencias entre el sistema textual, el sistema sonoro y el sistema visual. Sólo hay un sistema que se expresa con los dígitos cero y uno y que circula por los mismos canales. Hoy en día, independientemente del sistema, todo circula de la misma manera y a la velocidad de la luz.

Estamos asistiendo en nuestra época, a una segunda revolución tecnológica. Si la revolución industrial consistía, de alguna manera, en cambiar el músculo por la máquina, es decir, en sustituir la fuerza física por la de la máquina, la revolución tecnológica que vivimos en la actualidad hace pensar que la máquina desempeña el papel del cerebro y que ésta realiza funciones cada vez más numerosas e importantes del cerebro. La revolución tecnológica que estamos afrontando es la de la "cerebralización" de las máquinas. Éstas disponen ahora de cerebro; lo que no quiere decir forzosamente que dispongan de inteligencia.

Pasemos a otro aspecto muy importante: en la actualidad, la revolución numérica permite conectar a la red todas estas máquinas "cerebralizadas". En cuanto una máquina tiene cerebro, puedo conectarla o hiperconectarla. Puedo conseguir que todas las máquinas informatizadas, todas las máquinas electrónicas, estén conectadas entre sí de alguna manera. Es por eso que se habla de vehículo inteligente, de vehículo asociado al teléfono, a la radio, etcétera. Todo está conectado. Todas las máquinas del mundo pueden estar conectadas. El sistema de comunicaciones crea una red, un tejido que envuelve el conjunto del planeta, permitiendo el intercambio intensivo de información.

Más información no significa más libertad
Tal como hemos indicado, vivimos en un sistema de producción superabundante de informaciones. ¿Qué significa esto en la práctica? Se trata de una pregunta muy importante. Durante mucho tiempo, la información era muy escasa o incluso inexistente y el control de la información permitía dos cosas.

En primer lugar, una información escasa era una información cara, que podía venderse y dar lugar a una verdadera fortuna. Por otro lado, una información escasa proporcionaba poder a quienes la poseían. En un sistema en el que la información es superabundante, resulta evidente que estas dos consideraciones sobre los beneficios de la información no actúan de la misma manera.

Nos encontramos, pues, ante un problema considerable. ¿Qué relación se establece entre libertad e información, cuando ésta es superabundante? Intentaremos expresarlo gráficamente mediante una curva. Puedo afirmar, pues se trata de una idea del racionalismo del siglo XVIII, que si dispongo de información cero, entonces mi nivel de libertad es también cero, y mi nivel de libertad sólo aumenta a medida que crece mi información. Si tengo más información, tengo más libertad. Cada vez que se añade información, se gana en libertad. En nuestras sociedades democráticas, se tiene la idea de que necesitamos más información para poder tener más libertad y más democracia. ¿No habremos alcanzado ya un grado de información suficiente? ¿No estaremos estancados? Es decir, no por añadir información, aumenta la libertad.

Es algo que se puede constatar desde 1989, año de la caída del Muro de Berlín. Hemos roto las últimas barreras que se oponían intelectualmente al avance de la libertad a escala internacional. Ahora la libertad ha progresado. Disponemos de todas las informaciones, estamos en la era de Internet, e Internet nos permite acceder a todo tipo de informaciones. Estamos en una fase de superabundancia. ¿Aumenta por eso mi libertad? En realidad, se observa que no aumenta más, pues nos encontramos en una época en la que aumenta la confusión.

La cuestión que se plantea es: si continúo añadiendo información, ¿acabará disminuyendo mi libertad? La información llevada al máximo, ¿no acabará provocando un nivel mínimo de libertad, como en otros tiempos? Se trata, por supuesto, de una pregunta, pero creo que se debe plantear ahora, porque el sistema hoy en vigor nos muestra constantemente que todo incremento de información supone una amputación de la libertad. La forma moderna de la censura consiste en añadir y acumular información. La forma moderna y democrática que adopta la censura no se basa en la supresión de información, sino en el exceso de ésta. Por consiguiente, estamos ante un planteamiento de la máxima importancia. Es una situación nueva, pues desde hace 200 años, desde el siglo XVIII, hemos asociado una mayor información a una mayor libertad. Si ahora hay que empezar a decir que más información implica menos libertad, habrá que desarrollar unos mecanismos intelectuales muy distintos.

Al plantearnos estas cuestiones, tenemos el convencimiento de que una información de tipo cuantitativo no resuelve los problemas que pretendemos resolver. La información ha de tener algún elemento cualitativo, aunque no sepamos demasiado bien cuál. Pero sabemos que presenta dos aspectos: credibilidad y fiabilidad. En otras palabras, por muy abundante que sea la información, la que más me interesa es la que es creíble y fiable y, por tanto, la que tiene un mínimo de garantías relacionadas con la ética, la honestidad, la deontología o la moral de la información.

La información en directo
Ante la superabundancia de informaciones, se puede acceder a fuentes de información en directo. Sin embargo, sigue vigente una pregunta, incluso en este contexto, ¿cuáles son las informaciones que se nos esconden, cuáles son las informaciones de las que no se quiere que nos enteremos? Esta pregunta es crucial. Actualmente, algunos asuntos nos recuerdan su importancia. Y quisiera acabar con esta consideración: ante todas las transformaciones a las que finalmente nos enfrentamos, debemos preguntarnos cuáles son los problemas para los que el periodismo es la solución en el contexto actual. Si sabemos responder a esta pregunta, el periodismo nunca será abolido.

Por otra parte, también se plantea la cuestión de la relación entre información y verdad. Considero que la verdad, aunque no siempre sea fácil determinarla, es un criterio que debería tener una cierta pertinencia en lo referente a la información. Se debería considerar que tiene algo que ver con la información. Ahora bien, hoy en día al sistema no le sirve de nada la verdad. Considera que la verdad y la mentira no son criterios pertinentes en temas de información. Actúa de forma totalmente indiferente ante la verdad o la mentira.

En primer lugar, porque no pretende mentir y, por tanto no tiene mala conciencia. Pero existen criterios mucho más interesantes. ¿Qué aspectos dan valor a una información? Podríamos plantearnos esta pregunta. Es fácil comprobar que cuanto más cerca de la verdad está una información, más cara es, y cuanto más alejada está, más barata resulta. Todo el mundo sabe que esto no tiene nada que ver con el asunto. Lo que da valor a una información es el número de personas potencialmente interesadas en ella, pero ese número no tiene nada que ver con la verdad. Puedo decir una gran mentira que interese a mucha gente y venderla muy cara.

En 1997, se juzgó en Alemania a un colega periodista, Michael Born, que fue condenado por haber vendido unos cuantos reportajes de actualidad a cadenas de televisión, que los habían ido comprando durante mucho tiempo. Todo estaba trucado: actores, decorados, lugares que no tenían nada que ver con la realidad. Todo era falso. Y vendía a buen precio esos reportajes, porque eran exactamente lo que las cadenas querían tener (ha explicado sus hazañas en un libro que acaba de aparecer en Alemania, titulado Quien falsifica una vez..., ediciones KiWi, 1998). Fue un juez, un inspector fiscal, el único en descubrir que un reportaje muy espectacular sobre los vendedores de droga en un barrio de una ciudad alemana había sido totalmente falsificado.

En segundo lugar, ¿qué confiere valor a una información? A pesar de ser algo relativamente tradicional, hoy se ha llegado al límite: el valor de una información depende de la rapidez con la que se difunde. Si alguien dispone de una información y la difunde al cabo de un mes, ha perdido gran parte de su valor. Pero la pregunta es: ¿cuál es la rapidez adecuada? Actualmente, es la instantaneidad, y es evidente que la instantaneidad comporta muchos riesgos.
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