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La crónica: una estética de la transgresión (Parte IV, de V)

Jezreel Salazar // Fuente: www. razonypalabra.org.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Queda claro que a pesar de tratar elementos de la vida cotidiana, de poseer antes que nada un referente real, la crónica llega a ser arte. Como afirma Susana Rotker respecto a las crónicas modernistas:
La condición de texto autónomo dentro de la esfera estético/ literaria no depende ni del tema, ni de la referencialidad ni de la actualidad […] muchas de las crónicas modernistas, al desprenderse de ambos elementos temporales, han seguido teniendo valor como objetos textuales en sí mismos.

Además de revalorar estas formas de expresión como literatura, evitar el prejuicio de que la literatura equivale a ficción (entendida como irrealidad) no sólo permite transgredir las premisas heredadas del clasicismo artístico respecto a la autonomía de la forma, sino también romper con la idea tradicional de que existen “géneros menores”. Frente a la “tenacidad de la Academia para seguir sujetando una línea de demarcación literaria que injustificadamente destierra los discursos no-ficticios de la arena privilegiada conferida a la alta cultura” (Egan, 2001: 83), es necesario legitimar la recuperación de un género marginal como la crónica y con ello transgredir la validez de las jerarquías establecidas por el discurso rígido de la Academia y la crítica literaria.

Además, la reivindicación de la crónica permite impugnar nuestras concepciones tradiciones en torno a lo que entendemos por cultura. Si la función que cumple la idea de poner el acento en las culturas marginales es la de contrastarla con los cánones establecidos, del mismo modo, el uso de nociones estéticas estructuradas a partir de lo popular constituye un principio impugnador del canon culto, de las formas heredadas de lo que se considera alta cultura:

Esta nueva postura conlleva el compromiso de explorar y validar aquellos elementos condenados por la alta cultura oficial como bárbaros e indignos de consideración, a fin de crear las condiciones previas necesarias para el desarrollo de una cultura nacional autónoma
De ese modo las fronteras entre lo que se consideraba cultura popular y cultura elevada son desconsideradas por el cronista como válidas para la interpretación de la realidad. Su proyecto apunta a romper con el tipo de rigideces del campo cultural que promueven un pensamiento excluyente y de algún modo refuerzan los controles ejercidos por las clases dominantes. Lo anterior supone pensar el campo cultural no como un sistema estático, regido por dicotomías aparentemente simétricas (lo culto/ lo vulgar, pureza/impureza, alta cultura/ baja cultura), sino por una dinámica continua que permite una mirada capaz de atender fenómenos transitorios, múltiples o híbridos1.

Frente a la tendencia de concebir el espacio social como un espacio simbólico homogéneo, el cronista remarca las diferencias. Esto lo hace en términos formales (la crónica como espacio fronterizo en donde aparece lo otro) y de manera explícita (un discurso crítico frente al poder). Poner el acento en las diferencias tiene como objetivo subvertir las normas y las ideas convencionales. Al remarcar la diversidad, el cronista busca disolver las fronteras culturales en las que se basa la construcción de lo nacional. En ese sentido, crea un discurso ajeno al de la homogeneidad cultural (como lo sería el discurso de la Unidad Nacional) que a su interior permita la convivencia de distintas realidades, y que puede hacer posible una conformación más democrática e incluyente de los diversos universos simbólicos existentes en la sociedad.

Un aspecto interesante de hace falta estudiar de forma más precisa es la relación entre preocupaciones estéticas y tradiciones democráticas en la crónica contemporánea. Lo que supone analizar la forma en que la transgresión se lleva a cabo al interior de la crónica.

Fronteras de la escritura, escritura de las fronteras
Juan Villoro afirma que la crónica consiste en el arte de cruzar fronteras. La crónica como género fronterizo busca disminuir la distancia entre distintos géneros e instaurar en un mismo texto la comunicación entre discursos antes considerados antagónicos o excluyentes: la crónica conjuga la narrativa histórica con la ficción, el periodismo con la literatura, liga la objetividad y la subjetividad, la oralidad y la escritura. Género por demás “camaleónico”, la crónica posee así un carácter híbrido y cambiante. En ella pueden rastrearse a la vez los impulsos del ensayo y del testimonio, de la crítica y de la ficción. Esta condición híbrida le otorga un sentido político a su escritura: le provee de un carácter anticanónico.

La forma exterior de un discurso posee importancia en la medida en que constituye ya una organización que puede ser interpretada como compromiso estético y político. Según Frederic Jameson la forma siempre se capta como contenido (1989). El hecho de ser un “género intermedio” (Kraniauskas, 1997), le permite a la crónica infringir o violentar las reglas, los límites establecidos por las convenciones genéricas. Si los géneros representan normas literarias que establecen el contrato entre un escritor y un público específico, la escritura cronística, guiada por una voluntad de transgredir las normas, busca romper con tales sistemas tradicionales de regulación. Al ser un género transdiscursivo, la crónica resulta ser un relato que desafía de manera constante la estabilidad del canon recibido, así como los usos apropiados o tradicionales de un artefacto cultural.

La hibridación o transdiscursividad de la crónica funciona así como un modo de infringir o violentar las reglas, lo establecido. Su inherente voluntad transgresora es el origen de su ambivalencia. Como afirma John Kraniauskas se trata de una escritura ambigua, “desde el punto de vista genérico”, pero coherente “desde el punto de vista político” (1997). Podría decirse así que en la crónica hay un traslado de las preocupaciones temáticas a las preocupaciones formales, de modo que el sentido deviene forma. De ese modo, la crónica constituye un espacio escritural que rebasa las fronteras tradicionales de la escritura y se forja como una forma cultural esencialmente dialógica.
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