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Irán, la bomba, la prensa y los mitos nucleares (Parte II, de II)

Martín F. Yriart // Fuente: www. periodistaonline.com.ar

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
La propuesta fue rechazada por el presidente Harry S. Truman, un demócrata que en julio de ese año debía entregar el gobierno al republicano Dwight D. Eisenhower. Truman era quien había dado la orden de arrojar las bombas en Hiroshima y Nagasaki, en 1945. Eisenhower era el general que había comandado las fuerzas aliadas que reconquistaron Europa entre 1941 y 1945. Estuvo de acuerdo con Truman en no emplear bombas atómicas en Corea.

La guerra de Corea, comenzada en 1950, concluyó a mediados de 1953, con la victoria de Corea del Sur y los Estados Unidos, con armas convencionales, sobre Corea del Norte y China, que se echó atrás. ¿Operó sobre los chinos la memoria fresca aún de Hiroshima y Nagasaki como un factor de disuasión, para que desistieran de su empresa en Corea?
Fermi, von Neumann, Oppenheimer. Tres nombres que son un viaje en tres tiempos entre la física teórica y la bomba atómica. Enrico Fermi esbozó en Italia las ecuaciones que revelaban el inmenso potencial energético de la fisión nuclear. Tuvo la visión aterradora de una bomba atómica. La guerra estaba en marcha pero Europa estaba perdida ante la imparable ofensiva nazi. Escribió comunicando sus resultados –y temores– al físico-matemático Johan von Neumann, su colega austrohúngaro exiliado en los EE.UU., padre de las computadoras y capaz de comprender cabalmente su mensaje.

Von Neumann habló con Einstein, quien no comprendió cabalmente de qué se trataba. “No puedo creer que el Buen Dios juegue a los dados con el átomo”, dijo o escribió. Se refería a la física cuántica, basada en las matemáticas probabilísticas del joven Werner Heisenberg, que harían posible la bomba.
Pero a pesar de todo, Einstein, con todo el prestigio de su premio Nobel, firmó una carta dirigida a Truman. El presidente estadounidense derivó el asunto a un veterano coronel del Ejército que era su asesor personal en asuntos estratégicos. La maquinaria se puso en marcha.

Otro físico, J. Robert Oppenheimer, encabezó el Proyecto Manhattan, con una combinación de patriotismo, orgullo profesional, y profundas dudas éticas, que acabaron poniéndolo en las garras del siniestro senador Joe MacCarthy.

Contra cierta imagen propagada por los pacifistas antinucleares, la comunidad científica estuvo muy lejos de comportarse como un conjunto de tecnócratas carentes de valores humanos o principios éticos. El debate interno acerca de la legitimidad de crear un arma de poder tan devastador como se esperaba que sería la bomba fue intenso y dramático, aunque transcurrió por razones obvias a puertas cerradas y sólo se conoció años más tarde.

Persistir en la representación de estos acontecimientos convencionalmente impuesta, como han hecho estos días los medios europeos, no es sólo negar la realidad histórica sino además clausurar el futuro.

Ese futuro no es un escenario de proliferación incontrolada de armas nucleares, sino por el contrario, de una ineludible necesidad de incrementar la oferta energética.

Las fuentes convencionales (hidráulica, carbón, petróleo) están saturadas, en vías de agotarse o en el límite de su impacto ambiental tolerable. Las llamadas fuentes no convencionales (eólica, solar, mareomotriz, fusión) no han satisfecho las expectativas creadas por sus promotores.

Tampoco se observan avances en políticas de no proliferación compatible con un desarrollo económico de los países que necesitan acceder a los usos pacíficos de la energía nuclear. Con la Ley de No Proliferación (NPA) de 1974, EE.UU. ha reescrito unilateralmente el Tratado de No Proliferación (NPT), dividiendo al mundo entre privilegiados y desposeídos en materia de energía nuclear; ahora la UE adopta la misma actitud hacia Irán, al pretender imponerle el modelo estadounidense.

EE.UU. y la UE pretenden que países como Irán, que poseen proyectos de desarrollar una tecnología nuclear independiente, renuncien al dominio del ciclo de combustible, contra la promesa de que nunca se verán privados de su abastecimiento. Peo a la vez se niegan a aceptar la palabra de los iraníes de que sólo desarrollarán tecnologías como las del enriquecimiento de uranio, la purificación de plutonio o la producción de agua pesada para fines pacíficos. Es la misma situación que debieron soportar países como Argentina en la década de 1980, y que hizo descarrilar finalmente un promisorio proyecto de desarrollo nuclear independiente en el campo de los usos pacíficos.

Mientras los medios sigan confundiendo las centrales nucleares con las fábricas de bombas atómicas no habrá en los países en desarrollo una opinión pública capaz de defender sus intereses y resistir presiones externas cuyo único fin es perpetuar la supremacía de las potencias nucleares frente a los países desarmados, a costa del desarrollo pacífico de estos.
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