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Guerreros de la información (Parte II, de II)

José Carreño Carlón // Fuente: www. etcetera.com.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Y podríamos abundar con una propuesta más provocadora: el modelo de Herman y Chomsky, desarrollado en y para estudiar las realidades de los grandes poderes corporativos en Estados Unidos, no se expresa en México a una escala menor, como correspondería al menor tamaño de sus corporaciones, sino probablemente a una escala mayor, por la absoluta falta de reglas que afecta a la realidad mexicana en este campo y por la tradición clientelista en las relaciones de los informadores y las empresas informativas, por un lado, con los actores e instituciones a los que históricamente se han vinculado, por el otro, primero a través de relaciones de subordinación y, más tarde, de colusión de intereses.

En función de este modelo de propaganda de los medios, los informadores y las empresas informativas promueven las agendas y protegen los intereses de los actores con los que se vinculan.

Y en México, como en pocas partes, se hace de una manera tan abierta. Específicamente, pero no sólo, en el caso de las instituciones y los actores públicos, y muy particularmente de los actores políticos en campaña, o sea siempre, aquí, la mediación de la información difundida por los medios suele estar explícitamente articulada a la propaganda en sentido estricto, a las pautas de la publicidad pagada en contratos multimillonarios.
Si Herman y Chomsky se asomaran a los medios mexicanos -a todos- en su relación con los actores públicos y las instituciones públicas, incluyendo por supuesto los partidos en campaña, encontrarían lo que encontró Chris Kraul -el corresponsal de Los Angeles Times- y que publicó en un reportaje de colección en agosto del año pasado. Su hallazgo -una verdadera sorpresa para sociedades atenidas a reglas mínimas de rigor informativo y compromiso ético- fue el de la vieja institución mexicana de los convenios entre medios y fuentes informativas, especialmente las políticas. Y encontró también la técnica del paqueteo, que no es otra cosa que la articulación, en el mismo paquete, o sea, en la misma factura, y muchas veces sin factura, de los mensajes específicamente publicitarios y los mensajes informativos, en forma de tratamientos y giros favorables de la información, entrevistas a modo, etcétera, todo pagado, en un solo paquete.

Ante este hallazgo, probablemente Herman y Chomsky tendrían que escribir un nuevo capítulo de su Manufacturing Consent y agregar otro apartado a su modelo de propaganda de los medios informativos.
Ésta es una particularidad nacional que vemos y veremos expandirse, sin mesura, sin reglas, en las campañas ya en marcha para las elecciones del año próximo, con muy pocas posibilidades de control por parte de las leyes e instituciones electorales: la fusión, la confusión de la propaganda e información.

Y si pasamos al tema de la propaganda informativa o de la información propagandística propia de este modelo, en su modalidad de los mensajes negativos contra los contendientes, el escenario de los siguientes meses será, con pocos márgenes de error, un escenario de lodo, de grabaciones y videos escandalosos por cuenta de un competidor y en contra del otro, dentro y fuera de cada partido, dentro y fuera de cada institución.

Un resultado previsible de este nuevo episodio, ya en curso, en los campos de batalla de los guerreros mexicanos de la información, será la profundización de los procesos de descomposición y de fragmentación políticas, con sus efectos en la perpetuación e imposibilidad de acuerdos, que ha llevado a la política mexicana a erigirse como un modelo mundial de disfuncionalidad. Una disfuncionalidad, como lo alertó el Christian Science Monitor el mes pasado, que está conduciendo a una suerte de desintegración nacional.

La transición mexicana se ha extraviado, entre otros factores, en un esquema de comunicación política en que el acuerdo no es negocio, en que los conflictos y las divisiones son el negocio redondo, no sólo porque informativamente venden más, sino porque propagandísticamente, obligan a los actores a gastar más en los medios para mantenerse en la competencia, en una competencia más cara mientras más retorcida es la guerra propagandístico-informativa y mientras más lejos se ve el final de la partida.

Ello, para no hablar de los efectos -cada vez más estudiados- de la extensión global del modelo de propaganda de los medios informativos, efectos de los que tampoco escapa nuestro país.

Las víctimas centrales de tales efectos son las libertades y la democracia.

Y en los procesos electorales, como el ya muy adelantado en México, el efecto más notable es el de la imposibilidad del ejercicio del derecho de la gente a saber quiénes gobiernan y quiénes son verdaderamente quienes se proponen gobernar, bajo el ataque masivo y permanente de los guerreros de la información en plena labor de gestión de nuestras percepciones con toneladas de propaganda presentada como información.
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