Doctrina de la comunicación
Juan Pablo Mateos. Director de "Gaceta de Prensa"
miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Comunicar es transmitir un mensaje, que cae en las manos de colectividades definidas por su composición ideológica, étnica, social, geográfica, intelectual, armónica, sincrónica, cultural, coyuntural, estructural, metódica o simbiótica.
Cada referente tiene unas pautas de conducta preestablecidas por su estatus, condición, circunstancias de nacimiento, existencia, entorno, contexto y ambiente.
Al mostrarse como Ser, pueden distinguirse varios tipos de receptores.
El agnóstico, empírico, pragmático, hastiado, desidioso de las formas espirituales, práctico en el acervo comunicativo, observador de la realidad material desde una perspectiva plástica, realista y sólida.
El ateo, reaccionario, convulso, retroactivo, instigador, destinado a la Condenación para sí y para aquellos que convierte en su propia doctrina del Mal, observador de profanación por su pretensión aglutinadora de esencias desviadas o perversas por su génesis de conciencia errónea o equívoca, que conoce su desatino pero mantiene pertinaz el comportamiento abusivo de una ética errónea de conducta.
El Creyente, que contiene un Alma Justa, cercano a la Verdad de Dios, consciente de su existencia y que sigue sus Mandamientos, pecador por su origen historico-teológico pero seguidor de su Fe, mantiene los resortes evolutivos en base a la moral real y sostiene el sistema con su fuerza interior; su capacidad de análisis correcto equilibra el Mal y gana la batalla para Gloria del Padre, que así engrandece la mística de su Creación en la situación material del Todo prevaleciente.
Su omniscencia –la de Dios- le permite conocer todo, ver todo y actuar en consecuencia.
El relativismo moral del acto comunicativo antecede a un mensaje viciado que compromete su esencia, pero dicho mensaje forma parte del libre albedrío de la especie que se profesa, es decir, el hombre.
El relativismo moral, cuyo tema base forma parte de las encíclicas vaticanas de los últimos Papas, se muestra como pieza clave de la sociedad contemporánea. El relativismo unido a un nacionalismo malinterpretado, como exaltación de una historia abrumadora y solapadora de ideales desasistidos de pilares argumentados, lleva al martirio del Estado.