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Blogósfera y corrupción mediática

Blogósfera y corrupción mediática

José Carreño Carlón / Fuente: www. etcetera.com.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Es tal la influencia de los blogs en la agenda informativa que ya han contribuido a crear y a destruir políticos en Estados Unidos, escribió el mes pasado en el suplemento semanal del Financial Times, FTmagazine, Ian Buruma el escritor holandés-inglés-chino-japonés-estadounidense, nacido en La Haya de padre holandés y madre británica, con estudios y residencia en Japón, experiencia laboral en Hong Kong, colaborador frecuente de The York Review of Books y estancias académicas en el Woodrow Wilson Institute for the Humanities de Washington y en el Bard College de Nueva York: un exponente de la globalizada sociedad de la información y el conocimiento.
(Para el remoto caso de la existencia de un lector de etcétera no familiarizado con el tema, blog viene de la contracción, simplificada, de web (red) y log (bitácora), lo que implicaría el registro de los hechos de cada jornada en la red del ciberespacio, a cargo de una colectividad, lo que termina conformando la agenda informativa del día, en general, o en el campo particular de una comunidad de intereses temáticos.)
En su artículo del pasado 12 de marzo, Buruma da lugar a una explicación del fenómeno como resultado, en alguna medida, de la pérdida de confianza en los medios y de la consecuente recuperación, por parte del público, de las funciones -hasta hace poco confiadas a los periodistas- de selección, jerarquización y contextualización de las noticias.

En cierto sentido, arranca el escritor su reflexión, los periodistas siempre la han tenido fácil. A diferencia de los médicos y los abogados, ellos no tienen que aprobar exámenes para el ejercicio de su profesión. Tampoco tienen necesidad de acudir a una escuela de periodismo. Todo lo que requieren es energía, curiosidad y la facilidad para escribir textos legibles a pedido. El estilo puede ser un valor adicional, agrega, pero es menos importante que la capacidad para hacer análisis verosímiles y para manejar los hechos con precisión.

Para ser sinceros, el mismo Buruma se anticipa a acotar que hay en esto grandes diferencias nacionales. Sólo que se limita a establecer las más cercanas a su público: los periodistas británicos, establece, valoran el estilo más que los estadounidenses, mientras éstos tratan esforzadamente de ser precisos en su manejo de hechos. Si hubiera ampliado su ángulo de observación al periodismo mexicano y, en gran medida al latinoamericano, Buruma hubiera encontrado que ni el estilo ni la precisión suelen resultar importantes ni prioritarios para nuestros profesionales de la información.
Lo destacable, en los medios latinoamericanos, ha sido, históricamente, su alineamiento clientelar, su compromiso con personas, partidos, gobiernos e intereses, el fenómeno llamado de advocacy journalism, común ciertamente en Latinoamérica, pero que empieza a ser observado con preocupación en los Estados Unidos de W. Bush.

En los viejos tiempos, inicia Buruma su entrada en materia del nuevo advocay journalism estadounidense, el público sabía más o menos dónde estaba parado. Los periodistas eran, o debieron haber sido, profesionales que trataban de hacer lo correcto. Su buena fe profesional era avalada por las instituciones para las que trabajaban, las cuales no debían ser asociadas a mentiras y deshonestidades. El prestigio de un reportero o columnista de éxito dependía de la difusión de su material en un medio prestigioso y el prestigio de un medio dependía de que difundiera materiales de reporteros y comentaristas con buen prestigio.

Como lo sabe todo estudiante de periodismo de cualquier parte del mundo -y lo recordó recientemente el columnista del Financial Times Jurek Martin- los editores actúan como porteros (gatekeepers) o filtros institucionales para dejar -o no- pasar los materiales informativos que llegan a su portería, de acuerdo con sus valores noticiosos y a las credenciales de confiabilidad de sus fuentes.

Y el público de las sociedades avanzadas sabía también, más o menos -sigue el recuento nostálgico de Buruma- cómo trabajaban estas instituciones: periódicos y estaciones de radio y televisión. En las sociedades democráticas liberales de la tradición americana, la mayoría han funcionado como empresas comerciales privadas. Las opiniones políticas de los dueños de los medios eran bien conocidas, y éstas podían verse reflejadas en el tono de sus productos. Pero nada de esto importaba, en la medida en que había una razonable confianza de que procuraban ser veraces. Y ante esto, Buruma deja ver que, en efecto, los periodistas eran no menos miembros de una clase profesional que los abogados o los médicos. Algunos, por supuesto, podrían ser mentirosos o deshonestos, como ocurre en todas las profesiones, pero los porteros (gatekeepers) idealmente, se encargaban de pararlos y patearlos lejos.

Son numerosas también aquí las diferencias domésticas. Pero para no insistir en rasgos que pudieran leerse como de autodenigración nacional, pasemos primero a las similitudes, a algunos de los cambios operados lo mismo en México que en el resto de Latinoamérica y que coinciden con los señalados por Buruma para Estados Unidos y las sociedades con más arraigadas tradiciones democráticas:
El primero de esos cambios sería el de la propiedad de los medios informativos, misma que ha ido quedando en manos de las grandes empresas de entretenimiento.

Y el segundo gran cambio sería la multiplicación de fuentes informativas al alcance directo del público, a través de Internet.

Por el primero, las fronteras entre noticias y entretenimiento se han hecho cada vez más difusas, con una caída drástica en la calidad informativa, en proporción directa con el incremento en la cantidad de shows seudonoticiosos en radio y televisión a cargo de comediantes -profesionales o no- sobreactuando hechos y dichos desde la más lamentable superficialidad y falta de preparación. El equivalente en los medios impresos ha sido la proliferación de espacios confiados a "gente como uno", ordinary people, por ejemplo: señoras sin la mínima calificación profesional erigidas en dictadoras del framming, el enmarcado, la contextualización de las noticias desde sus particulares intereses, adoctrinamientos o agrupamientos en lo políticamente correcto, o improvisados y discutibles humoristas de la información dispuestos a la banalización y la descalificación de la actividad o las personas públicas, según sus fobias y sus filias.

Por el segundo de esos cambios, una parte del público, haciendo suyas las tecnologías informativas en constante innovación, ha recuperado y ha ejercido por su cuenta las funciones selectivas de lo noticioso (gatekeeping), la jeraquización de las noticias (primming) y su contextualización (framming) a partir de millones de weblogs o blogs, frente a las gigantes corporaciones de medios (mainstream media o MSM, como las llaman los bloggers).

Son destacados los casos en que periodistas profesionales de los medios se han pasado a la blogósfera o tienen un pie en los medios dominantes y otros en sus propios blogs, entre otras distorsiones a que ha dado lugar el fenómeno. Pero los medios dominantes, los MSM, no tienen autoridad para recriminárselas. Particularmente en México. Los excesos de estos medios dominantes en cuanto a falta de rigor profesional, uso patrimonialista de sus espacios para gestionar sus intereses sobre los más elementales valores noticiosos, ausencia de reglas mínimas de contención en las funciones informativas e, incluso, su rechazo a su instauración, dejan sin materia el enderezamiento de estos mismos reproches a la proliferación fuera de control y de toda norma de los blogs.

Pero hay otro cambio registrado por Buruma en las sociedades con mayores tradiciones democráticas, y que en México y otros países latinoamericanos sería una expresión de rutina o de continuidad en los patrones de comportamiento de los medios dominantes: la desaparición de las fronteras no sólo entre periodismo y entretenimiento, sino también entre periodismo y relaciones públicas, una corrupción de los medios dominantes que, sostiene Buruma, tiende a dejar sola a la blogósfera.

La confusión entre las funciones informativas y las de promoción de intereses o posiciones de grupos de poder es una tradición de las empresas y de buena parte de los profesionales de la información en nuestro país. La mayor parte de las veces, a cambio de remuneración pecuniaria, otras veces como expresión de compromisos en favor de causas, partidos o personas, o como una combinación de los dos factores.

Cuando Buruma enumera los casos recientes de corrupción informativa-propagandística, como algo nuevo o excepcional, que aparece en los Estados Unidos de W. Bush, se podría estar refiriendo a la más extendida conducta de los medios dominantes mexicanos y algunos de sus principales exponentes.

Buruma empieza con el caso de Karen Ryan, que el año pasado apareció alabando el programa de salud del gobierno, tras presentarse como "reporteando desde Washington", cuando en realidad Ryan era la dueña de una empresa de relaciones públicas bajo contrato de dos dependencias gubernamentales.

Sólo que en México, cuando el titular de un noticiario y sus reporteros -no una publirrelacionista disfrazada de reportera- aparecen "informando" sobre los logros del Seguro Social o de Pemex o del gobierno del Distrito Federal -o entrevistando a sus cabezas institucionales- lo excepcional será que ello no forme parte de un arreglo en paquete de una pauta de publicidad pagada, con garantía de "información" favorable y entrevista a modo en el espacio noticioso. En otras palabras, cuando el NY Times denuncia que el gobierno de W. Bush elabora "made-for-television 'story packages'" lo está describiendo como un tardío aprendiz de las relaciones de los medios dominantes mexicanos con todo poder con capacidad económica para financiar sus relaciones de colusión con dichos medios.

La lista de Buruma continúa con casos que en México son el pan nuestro de cada día: la confusión del material noticioso con el contrato de publicidad y la afinidad del medio y/o del informador con la causa del poder informante y anunciante. Los casos del escritor conservador, afín a Bush, periodista del USA Today y dueño de su propia agencia de relaciones públicas, Armstrong Williams, promoviendo bajo contrato una reforma educativa del gobierno, y de la periodista conservadora Maggie Gallagher que promovía en sus columnas sindicadas la política familiar de Bush, como experta en la materia, bajo contrato pagado, pero también convencida de las posiciones del gobierno, han sido objeto de noticia y de denuncia en Estados Unidos por su impacto sorpresivo. Pero en México los casos equivalentes no son noticia por su carácter rutinario y porque no hay quien los denuncie, pues los mismos informadores dominantes serían los primeros susceptibles de ser denunciados.

Ante todo esto, volvemos al principio. Una actividad -la de los periodistas- que oscila entre la venta de información, la venta de publicidad en el mismo paquete y la promoción de sus causas e intereses personales, difícilmente puede hacer de quienes la practican una clase profesional digna de ese nombre. Difícilmente pueden éstos enarbolar una oferta de calidad informativa superior a la de los pobladores amateurs de los blogs, que hoy ofrecen sus propios productos sin control de calidad y con sesgos y compromisos extrainformativos similares a los de los medios dominantes.

Con la explosión de disfraces mediáticos de hoy en día -cita Buruma a una educadora estadounidense- hay mucha gente usando a la vez muchas cachuchas y no hay una línea clara de diferenciación entre la oferta de los periodistas y la de los bloggers.

El periodista debe ser escéptico, pero no cínico, concluye Buruma. Pero el actual clima, creado por la manipulación política y el desarrollo tecnológico, está impregnado de cinismo. Cuando los gobiernos falsean las noticias y los periodistas desacreditan su profesión como otra forma de relaciones públicas, el público sólo puede concluir que ya nadie -en el mundo de la información- está interesado en la veracidad, o peor, que no hay tal cosa como la veracidad de los hechos, sino sólo el giro interesado en la interpretación de los hechos, el spin, y la opinión. Todo lo que cuenta es la propaganda.

José Carreño Carlón es director de la División de Estudios Profesionales de la Universidad Iberoamericana y titular de la Cátedra Unesco/UIA. Más información en: [email protected]x
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