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Dictado del rating

Dictado del rating

Francisco Báez Rodríguez / Fuente: www. etcetera.com.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
La vulgaridad sienta sus reales en la televisión de todo el mundo. Desde el reality de Anne Nicole Smith en Estados Unidos, hasta el programa vespertino MTB en Filipinas, pasando por la serie Shelby Branner en Malta, la tele mundial está cada vez más dominada por chistes prosaicos, chismes intrascendentes, personajes proclives a entregarse a sus más bajos instintos y dispuestos a todo por un minuto de fama y un desprecio cada vez mayor a todo lo que huela a civismo o a cultura.

Este tipo de programas ya tiene un nombre bien ganado: telebasura. Y, si somos honestos, la telebasura es ya un género en sí, comparable con las telenovelas, los sitcoms, los noticieros o las transmisiones deportivas.

Se trata de una exportación proveniente de la televisión restringida. Los dueños y productores culpan del fenómeno al mercado. Fue para competir con los programas picantes del cable, que las televisoras abiertas "tuvieron" que hacer más vulgares sus programas, afirman.

México, obviamente, no ha sido la excepción. La telebasura se multiplica como la yerba mala.

¿Es el dictado del rating, entonces? ¿Será que "todo pueblo tiene la tele que se merece"? Hay que ver el asunto desde varios ángulos.

El primero es el de la audiencia. Ahí, la verdad, no hay cómo hacerle. A la mayoría de la población le gusta lo chillón, lo escandaloso, lo exorbitante. Y, por mucho que se quiera vestir de seda, a nuestra clase media le encanta la cultura de masas. Lo penetrante, lo fino, lo sutil, le son ajenos. Basta ver la lista de best-sellers en un país que lee, en promedio, dos libros al año. Va de Pablo Coelho a Guadalup Loaeza, pasando por Carlos Cuauhtémoc Sánchez. ¿Se puede esperar algo?
Sin embargo, una cosa es la tendencia natural de la gente y otra, que las televisoras la inciten y la lleven al extremo, cuando podrían no hacerlo. A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, en México ­y en otros países afectados por el fenómeno de la telebasura­ la programación de cable no roba mucho público a la tele abierta y, dadas las características sociodemográficas de los consumidores de televisión restringida, los programas más vulgares nunca han sido los de mayor audiencia. En otras palabras, la vulgarización ha sido esencialmente, un "efecto imitación".

Adicionalmente, las televisoras han encontrado mecanismos para hacer reciclable, en términos comerciales, a su telebasura. Con ella, multiplica la presencia de sus ligeramente famosos y famosos wannabe. La imagen por antonomasia de la telebasura es la del supuesto famoso que huye del paparazzo y se rehúsa, muy grosero él, a responder preguntas insolentes que buscan, precisamente, su grosería.

Así, nos enteramos de los pleitos íntimos de una pareja de ex integrantes de Big Brother (a quienes conocíamos sólo de oídas antes del reality de Televisa) o de los pleitos de tribunal de una has-been con su ex marido o de las amistades e impudores de las actricitas de Azteca.

También hay que incluir en este ajo a los anunciantes. Los mismos que se dan golpes de pecho por albures o alusiones sexuales, se anuncian alegremente en los programas de cotilleo que atacan a la intimidad de las personas.

Y habría que pensar más allá. ¿Qué impulsa este auge? Hay una suerte de profunda trivialización de los valores en la sociedad (los antiguos probaron sus límites; los nuevos no alcanzan a nacer). Hay, también, una serie de vacíos que las instituciones sociales tradicionales (escuela, familia, Estado) no han sido capaces de cubrir, y que se convierten en una suerte de nuevo espleen de principios de siglo: ese fatal aburrimiento y sopor que la tele, cualquier programa de tele que te pongan, apenas disfraza.

El drama lo dibuja perfectamente Arturo Pérez Reverte. Describe un programa telebasura en el que una "guarra profesional cobra una pasta horrorosa por glosar en público sus peripecias" y aparece, como si fuera top-model, en una pasarela. Lo que en verdad alucina al escritor es la actitud del público femenino en el set, "respetables matronas y sus hijas ejemplares". Esas mujeres "miraban a la chocholoco de la pasarela transfiguradas de goce y ternura, como si ésta encarnara sus sueños más recónditos y húmedos. Sus ambiciones. Caminar con tacón alto por una pasarela, ser objeto de flashes, salir en la tele en una palabra: triunfar".

Es una trivialización global, a la que los Estados postmodernos no suelen poner coto alguno, ojalá que por miedo razonado a volverse censores, porque frenar a la telebasura es también moverse en el filo de la navaja, pero más probablemente por miedo al poder político de las televisoras. Por ahora el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, en España, ha empezado a dar algunos pasos. Habrá que seguir los resultados con atención. De México ni hablar. Ya huele a tejocote: 2005 se acerca, 2006 está a la vuelta de la esquina y a las televisoras no se les tocará ni con el pétalo de una rosa.
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