www.gacetadeprensa.com
Las Caras de una Farsa

Las Caras de una Farsa

Sergio Rego Monteiro / Fuente: www. revista-ideasonline.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Era el año 1963. Listo para cambiar al mundo con mis artículos, recién salía de la facultad, con un título de periodismo y toda la arrogancia de la juventud. En lo que se refiere a la juventud, ya la he dejado atrás, pero no puede decirse lo mismo de mi arrogancia, si le preguntan a mis amigos – de hecho necesito pedirles que me vuelvan a evaluar uno de estos días; quizás estén más complacientes. Pero volviendo a 1963. Empecé como reportero en uno de nuestros grandes periódicos de Brasil y, orgulloso como estaba, recuerdo haber mandado a hacer con mi propio dinero unas hermosas tarjetas comerciales en que se leía el nombre de la publicación. Era una posición digna de respeto. Empezar como reportero en ese periódico, en particular, era como empezar la carrera de ingeniería en astronáutica en la NASA. Yo estaba más que entusiasmado y normalmente trabajaba horas extra sin preocuparme por los términos de mi contrato. Bastante rápidamente fui asignado a coordinar un proyecto comunitario destinado supuestamente a reconocer a los extranjeros que de alguna manera hubieran contribuido a mejorar nuestra ciudad de Río de Janeiro. Se trataba, de hecho, de un trabajo de investigación exhaustiva, que exigía dedicación total. Debía escuchar a decenas de personas y, con esas entrevistas, preparar una lista de aquéllos que reunían el perfil requerido por el proyecto. Supuestamente debía tener un máximo de 10 y un mínimo de ocho habitantes excepcionales de la ciudad, junto con sus historias, y los testimonios de amigos, así como de profesionales, que pudieran exaltar sus actividades para la comunidad.
Me llevó tres meses de dedicación total, durante varios años, lograr un nivel de calidad y diversidad de personas que pudieran conmover el corazón y la mente de mi Jefe de Redacción. Los extranjeros elegidos eran homenajeados en una gran celebración, que patrocinaba el periódico, cada año, para conferir el título de “Ciudadano de Río de Janeiro” a aquellos extranjeros que lo merecían y al buen trabajo que habían realizado. Yo me consideraba más que periodista, por la importancia que tenía el evento, aunque mi reconocimiento nunca fue más allá de mi nombre impreso en las historias. Se trataba de hermosos relatos de “historias de vida” y yo siempre insertaba generosas dosis de contenido emotivo, para enmarcar los hechos de la vida de cada persona y su dedicación a sus objetivos. Durante la gran fiesta, yo siempre quedaba atrás de bambalinas, un autor anónimo que dejaba las candilejas para la institución y para quienes la representaban. Pero, también, siempre me aseguraba de usar toda mi capacidad de comunicación para decir a todo el que podía, que yo era el autor de ese proyecto y el agente que elegía a esas personalidades.Cada año recogía todo mi trabajo en un documento de varias páginas y se lo entregaba en mano a mi jefe inmediato, que, dicho sea de paso, había sido profesor mío en la facultad. En mi último año como reportero, desarrollé la misma rutina exhaustiva. Para mi sorpresa, sin embargo, por primera vez una de mis sugerencias volvió con una marca de “no aprobado” sobre el archivo. Me quedé perplejo. Ese nombre era mi mejor candidato entre muchos buenos sugeridos.

Río de Janeiro estaba pasando por un gran cambio de modelos de las cadenas de establecimientos gastronómicos y estaba experimentando con la comida rápida. Recién aparecían los primeros restaurantes y no eran precisamente modelos a imitar en materia de higiene. Entonces, un empresario norteamericano decidió traer el concepto de comida rápida, con todos sus ingredientes exitosos, de limpieza, rapidez, uniformidad y bajos precios. Fue una revolución. Más de una docena de comercios adhirieron al nuevo concepto y empezaron a atraer tribus de gente joven, que hacía cola en pobladas veredas, creando lo que los brasileños iban luego a conocer como “puntos” de reunión – barrios o esquinas frecuentados por gente linda, de buenos modales. Las drogas no existían (confieso que extraño esos días) y Río era un paraíso con lentos tranvías y hermosas mujeres que exhibían sus piernas cada vez que el viento se arremolinaba.

Yo tenía que saber qué estaba pasando. “Pero ¿rechazado?”, le pregunté a mi jefe. ¿Cómo puede ser? Era mi mejor sugerencia – una persona con todos los requisitos que exigía mi proyecto. ¿Por qué? Le pregunté con una mezcla de ira y perplejidad. “Escucha, hijo,” dijo mi jefe, con una buena dosis de paternalismo, “ve a preguntarle al Director General, porque él fue el que lo vetó.” Bien, el Director General era simplemente el dueño -- ni más ni menos. “Pero... ¿puedo ir a su oficina?” pregunté. Me explicó que el gran jefe tenía una política de puertas abiertas y que en realidad le gustaba que sus empleados se le acercaran.

Fui a ver a su secretaria: “Desearía tener una entrevista con el Director, por favor”. Sonriendo, la hermosa morocha me dijo, “seguro, pase nomás, él lo verá ahora, no hace falta protocolo”. Yo estaba temblando. ¿Cómo me atrevía, un mocoso de 24 años a entrar a la tienda del jefe y a cuestionarle las razones de una decisión que ya había tomado? Respiré hondo y, transpirando, empecé con toda modestia a preguntar: “Me gustaría que me aclarara explicándome el proceso de toma de decisiones que eliminó a la persona elegida para ser presentada en el artículo. Por favor no vaya a pensar que quiero imponerle algo; solo siento curiosidad y tengo deseos de aprender más.”
El Director se incorporó de su silla con una amplia sonrisa, vino hacia mí y, pasándome el brazo por los hombros, me explicó: “Hijo, este señor tiene una cadena comercial que ha sido un gran éxito en la ciudad y, sin embargo, nunca ha puesto una sola publicidad en nuestro periódico.”
Me quedé helado, totalmente incapaz de comprender la relación entre la publicidad y mi trabajo. Meses después, renuncié. Me sentí incapaz de encarar nuevas misiones. Desperté a la vida enfrentando la realidad de una relación incestuosa en el trabajo y crecí lo suficiente para darme cuenta de que la ética es una extraña definición con varias caras distintas. A veces, también escuda una farsa.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (1)    No(0)
Compartir en Google Bookmarks Compartir en Meneame enviar a reddit compartir en Tuenti

+
0 comentarios