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Irán, la bomba, la prensa y los mitos nucleares (Parte I, de II)

Martín F. Yriart // Fuente: www. periodistaonline.com.ar

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
La propuesta de la Unión Europea (UE) a Irán de un amplio acuerdo de cooperación en materia de energía a cambio de que el país de Medio Oriente renuncie al desarrollo independiente del ciclo del combustible nuclear ha coincidido con el sexagésimo aniversario de la bomba atómica de Hiroshima (6 de Agosto de 1945). Y también, con un nuevo estudio de prospectiva energética que predice que las potencias industriales tendrán que reanudar la construcción centrales nucleares para satisfacer su demanda eléctrica.

El tratamiento de estas informaciones por la prensa internacional revela una vez más hasta qué punto los mitos pueden imponerse sobre la realidad, aún en los medios periodísticos considerados del “segmento de calidad”, que dedican amplio espacio a la ciencia y la tecnología. El hecho de que la UE esté activamente involucrada en el desarrollo de la energía nuclear (este año ha aprobado finalmente la localización de un reactor experimental de fusión de escala semi-industrial) ha reforzado especialmente el interés de la prensa europea.

La lectura que los medios han hecho en estos días de lo sucedido hace sesenta años resulta hoy anacrónica, a la luz de la historia transcurrida en ese intervalo de tiempo.

Una vez más, el fantasma de la guerra atómica vuelve a mezclarse con los usos pacíficos de la energía nuclear, y especialmente, con las centrales nucleoeléctricas, su combustible, sus desechos y su impacto ambiental. Una vez más la argumentación emocional parece imponerse sobre los argumentos racionales. El resultado es una representación distorsionada de la ciencia, y sobre todo de su uso como tecnología.

La ciencia es la ciencia. Otra cosa es lo que hacemos con ella. La ciencia desarrolla la síntesis del cloruro de polivinilo. Nosotros sembramos el planeta de botellas y bolsas de plástico desechadas. Con los mismos hidrocarburos clorados que creó I.G. Farben se produjeron el gas Zyklon de las cámaras de exterminio nazis y los pesticidas que permitieron erradicar la fiebre amarilla y las plagas agrícolas culpables hasta el siglo XX de las repetidas epidemias de hambre.
Muchos acusan a las centrales nucleares de ser una amenaza permanente para su seguridad y su salud. Pocos estarían dispuestos a privarse de los beneficios materiales y del confort que les proporcionan, si supieran de dónde proviene la energía que los sustenta.

Nosotros recordamos hoy a Hiroshima y Nagasaki como una horrenda tragedia que clamamos nunca más se debe repetir. La ciencia las recuerda silenciosamente como una victoria definitiva contra la Guerra Total. Nadie recuerda el bien que la bomba atómica le hizo a la humanidad. Todos recordamos los 250 mil muertos que en un instante sembraron dos bombas atómicas. Pocos recuerdan los centenares de miles de muertes de combatientes y civiles que ahorraron, tanto para los norteamericanos como para los japoneses.

Nada hay tan políticamente incorrecto hoy como recordar que Fat Boy y Thin Boy, las bombas de uranio enriquecido y de plutonio, respectivamente, que arrasaron en 1945 las dos ciudades japonesas, pusieron efectivamente fin a la II Guerra Mundial, y desde entonces han desalentado todo nuevo intento criminal de dominar al mundo por las armas como el que protagonizaron Japón y Alemania.

Poco más de una semana medió, en Agosto de 1945, entre los bombardeos de Hiroshima (día 6) y Nagasaki (día 9), y el anuncio por el emperador Hirohito de la rendición incondicional de Japón (día 15).

Este mes de Agosto de 2005 se cumplió el sexagésimo aniversario de la primera y última vez que el hombre utilizó la energía del núcleo atómico como arma de destrucción masiva. Durante medio siglo los arsenales nucleares, con su amenaza de destrucción global (“mutual assured destruction” en la jerga militar, o “MAD”, en la del movimiento pacifista), impidieron que dos superpotencias recurrieran otra vez a la guerra para imponerse una sobre la otra y conquistar la hegemonía del poder.

Algunos ponen en duda hoy que el peligro de un conflicto nuclear haya sido una amenaza real a mediados del siglo XX. Ni la Unión Soviética poseía el arsenal suficiente como para poder dar el primer golpe, ni los políticos de EE.UU., la convicción suficiente como para lanzar entonces una “guerra preventiva” como la que practican hoy.

Es probable sin embargo que la carrera armamentista provocara –o acelerara, al menos– el derrumbe económico y político del bloque soviético, al representar una carga que el sistema comunista no podía soportar indefinidamente.

La ciencia es la ciencia. Otra cosa es lo que hacemos con ella. Menos de una década después de Hiroshima y Nagasaki, en 1953, el general Curtis E. Le May, jefe del Comando Aéreo Estratégico de la Fuerza Aérea norteamericana, ofreció poner fin a la Guerra de Corea arrojando diez bombas atómicas en la frontera entre Corea del Norte y la República Popular China, con lo que frenaría la intervención militar china en el conflicto.
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