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Los códigos éticos no sirven (Parte II, de II)

Hugo Aznar // Fuente: www. saladeprensa.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
En segundo lugar están quienes opinan que los códigos no sirven para nada y que en realidad quieren decir que “no es suficiente con que los códigos existan” para que la ética periodística sea una realidad. Pero lo que deberían decir entonces es que “solamente los códigos no bastan”. Y esto es evidentemente cierto; pero tan cierto que ni siquiera hace falta decirlo (sobre todo si se tiene en cuenta los equívocos que produce escuchar esta opinión, como destacábamos antes). Un caso similar puede aclarar esto. Así, es evidente que no basta con la existencia del código de la circulación –la existencia de un librito donde está impreso el código– para que la gente cumpla con sus indicaciones y conduzca bien. Lo que se necesita es conocer y aplicar ese código. Sin embargo, no he escuchado nunca decir a nadie que “el código de la circulación no sirve para nada”. Del mismo modo, conviene de una vez dejar de afirmar algo tan simple como que los códigos del periodismo no sirven para nada cuando lo que se quiere decir es que además hace falta aplicarlos. Es evidente que los códigos y recomendaciones éticas no existen para ser aprobados, impresos y publicados; más bien se aprueban, se imprimen y se publican para poder conocerlos y aplicarlos en la práctica. Como bien señalaba ya Aristóteles, la ética es un saber práctico y no teórico: existe para guiar la práctica y hacerse realidad a través de la voluntad y la actividad de quien actúa; y en este sentido la ética periodística y sus códigos no son ninguna excepción. Es obvio pues que los códigos sirven si quienes han de aplicarlos los aplican, para que lo es muy importante que tengan confianza en su utilidad y eficacia.
En tercer lugar, están quienes afirman que los códigos no sirven para nada porque las circunstancias concretas del día a día de los medios son tan cambiantes y particulares que resultan de poca utilidad las indicaciones generales que dichos códigos suelen contener. Pero lo que deberían decir en este caso más bien es que “los códigos no lo resuelven todo”. Esto es cierto, pero no significa –como sugiere la primera frase– que los códigos no tengan una enorme utilidad como tales. De nuevo un símil puede ayudarnos: tampoco un mapa refleja toda la realidad ya que hace falta saber interpretarlo y aplicarlo, y saber además hacia dónde se quiere ir, cosas que obviamente no hace nunca el propio mapa sino quien lo usa. Sin embargo nadie afirma por esto que “los mapas no sirven para nada”. Del mismo modo, los códigos siguen siendo perfectamente útiles aunque las circunstancias de cada caso, de cada acontecimiento o de cada noticia puedan cambiar mucho entre sí. Para empezar siempre existen elementos comunes y experiencias válidas para las diferentes situaciones. Ningún acontecimiento es absolutamente igual que otro, pero tampoco ninguno es totalmente distinto. De modo que a partir de estas experiencias comunes se pueden entresacar algunos criterios normativos generales que son los que se suelen recoger en los códigos. Las recomendaciones de los códigos pueden no servir para todas y cada una de las situaciones particulares que se pueden presentar, pero facilitan unas pautas y unas indicaciones que siguen siendo válidas para la amplia mayoría de los casos que suelen darse. Por lo que su utilidad es más que evidente.

En todo caso, es cierto que hasta ahora este tipo de documentos solía recoger, salvo en el caso de algún código o medio más especializado, las obligaciones más generales y básicas del periodismo, aquellas que todo periodista debe cumplir en su actividad. Esto era normal tratándose de códigos de las grandes organizaciones profesionales y mediáticas, válidos para todos en general. Sin embargo, en los últimos años hemos asistido a la aparición de un significativo número de propuestas, recomendaciones, manifiestos y códigos éticos del periodismo referidos esta vez a aspectos y temas informativos mucho más concretos, como el tratamiento de las catástrofes, la violencia doméstica o la discapacidad. Esta nueva hornada de documentos deontológicos aborda no tanto las normas éticas básicas del periodismo –para lo que ya están los otros códigos, que aquí se dan en cierta medida por ya conocidos–, cuanto aspectos más específicos y concretos del mismo o también nuevos tópicos y retos sociales que se han convertido en asunto de interés general y por consiguiente de atención privilegiada de los medios. Se trata por tanto de propuestas éticas que vienen a complementar a las anteriores y a establecer un nivel de concreción deontológica mayor. Son este tipo de recomendaciones más concretas las que se reúnen y facilitan en la nueva publicación, de manera que los profesionales puedan confiar en algo más que en su sentido común o su experiencia particular.

Pese a ello es cierto que los códigos y sus recomendaciones no agotan ni reflejan todas las circunstancias de un dilema ético –ni creo que ningún código haya aspirado nunca a ello–. Lo que ocurre entonces es que los códigos han de ser oportunamente complementados por otro elemento que nunca puede faltar: la conciencia ética del profesional, la conciencia de quien aplica el código a las circunstancias concretas de cada caso. El profesional debe conocer el contenido y el espíritu de sus códigos; pero también debe ejercer su capacidad de juicio para aplicarlos y, en caso necesario, adaptarlos a las circunstancias particulares de una situación dada. Los códigos no pueden evitar –ni es su función– la necesidad de que el profesional reflexione sobre las circunstancias de cada situación en la que se halle. Lo que sí hacen los códigos es facilitar las pautas normativas que el profesional debe aplicar a estos casos y que le sirven de guía.

De modo que los códigos sí sirven. Y, como las profecías que se autocumplen, cuanto más convencidos estemos de que sirven mayor será su eficacia y su utilidad, puesto que más común y habitual será también conocerlos, aplicarlos y reclamar su cumplimiento cuando no se produzca.
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