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Guerra contra el terrorismo: la ética periodística al basurero (Parte II, de II)

Alcides Ernesto Herrera // Fuente: www. saladeprensa.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Los encargados de informar e investigar la verdad de los informes de la administración Bush fallaron, como nos dicen Leonardo Ferreira y Miguel Sarmiento (2003): “Los medios de comunicación fallaron antes, durante y ahora después de terminado el conflicto. Fallaron porque han dejado de cuestionar las intenciones del gobierno y se han convertido no sólo en su portavoz sino también en su mejor promotor. Fallaron porque, en su mayoría, siguieron la línea y se limitaron a cubrir un solo lado del conflicto, el del Pentágono”.

En otras palabras, la prensa informó verazmente de lo que dijo Bush en sus discursos sobre los motivos para irse a la guerra, pero no consiguió averiguar, o no quiso informar, lo que en verdad eran las motivaciones que los llevarían a la guerra, que para algunos ha sido el petróleo (Alcolumbre, 2003). Pues “la verdad es arrojar luz sobre los hechos ocultos, relacionarlos entre sí y esbozar una imagen de la realidad sobre la que puedan actuar los hombres” (Kovach y Tom Rosenstie, 2004: 56).

El gobierno de Bush utilizó la información falsa que los medios divulgaron, por eso, como nos exhorta Restrepo, “el compromiso con la verdad asume una especial dificultad con unos actores que creen necesario el fusilamiento de la verdad como estrategia de guerra. Al periodista le corresponde rescatar a la verdad del paredón de fusilamiento mediante la aplicación de los más exigentes métodos de investigación, de manejo de las fuentes y de independencia respecto de unos autores armados que quieren utilizar su información como arma de combate” (Restrepo, 2004: 212).
El cliché de que “en la guerra la primera víctima es la verdad” se pone de manifiesto en la falta de objetividad. Algunos opinan que es inalcanzable; quienes opinan así, más bien quieren deslindarse de su responsabilidad. Por eso definiremos la objetividad como “el firme intento del que informa, para ver, comprender y divulgar un acontecimiento tal como es y cómo se produce en su ambiente y contorno, prescindiendo de las preferencias y posturas propias” (Brajnovic, 1978: 101). O como lo entiende el Código de ética de los periodistas de Cataluña: “observar siempre una clara distinción entre hechos y opiniones o interpretaciones, evitando toda confusión o distorsión deliberada de ambas cosas, así como la difusión de conjeturas y rumores” (Bonete Perales, 1997: 307). Leonardo Ferreira y Miguel Sarmiento nos documentan un caso: “Un ejemplo clásico de esto fue el trato que se dio a la noticia sobre el 'heroico' rescate de la soldado Jessica Lynch, y sobre cuyas características surgieron posteriormente versiones contradictorias. Ese rescate fue, tal vez, la mejor muestra de lo que puede suceder cuando el cuarto poder rinde su independencia a la presión patriótica: el mito y la conjetura se hacen más fuertes que la realidad y los hechos” (Ferreira y Miguel Sarmiento, 2003).

Para lograr la objetividad es necesario concentrarse en la síntesis y la verificación. Bill Kovach lo expresa de la siguiente manera: “Tamatizar los rumores, las insinuaciones, lo insignificante y lo superfluo y concentrarse en lo que es cierto y relevante de una noticia. A medida que los ciudadanos se encuentran con una afluencia de datos cada vez más grande, tienen mayor –no menor– necesidad de fuentes identificables dedicadas a verificar esa información, destacando lo relevante y desechando lo que no es” (Kovach y Tom Rosenstie, 2004: 67).

Manipulación en la cobertura de la guerra: desinformación e información falsa
Partamos de dos conceptos importantes por las consecuencias éticas que estos tienen en el tema que estamos analizando: “desinformación e información falsa”. El termino “desinformación” supone falta de información, mientras que “información falsa” indica que la información de la que se dispone no es veraz (Agejas, 2002: 85). Marcelo López Cambronero nos precisa el concepto desinformación y nos dice que “sólo podemos hablar de desinformación si nos estamos refiriendo a una parcela en la que la información se muestra como importante de cara a la constitución del individuo, es decir, cuando estamos tratando una cuestión de la que debería saber” (López Cambronero, 2002: 85). En el periodismo, desinformación e información falsa se utilizan para la manipulación informativa que tiene su manifestación concreta en la propaganda, la censura y la autocensura y, como efecto principal, la pérdida de independencia del periodismo.

En “la guerra contra el terrorismo” se puso en práctica, con complicidad de los medios de comunicación y periodistas todo un proyecto de manipulación que implicó desinformación e información falsa. Ignacio Ramonet nos relata que “el 20 de febrero de 2002 el New York Times reveló el más impresionante proyecto destinado a manipular las mentes. Para llevar adelante la 'guerra de la información', y siguiendo consignas de Rumsfeld y del subsecretario de Estado a la Defensa, Douglas Feith, el Pentágono había creado secretamente una misteriosa Oficina de Influencia Estratégica (OIE). Puesta bajo la dirección del general de la aviación militar Simon Worden, la OIE tenía por misión difundir informaciones falsas para servir la causa de Estados Unidos. Estaba autorizada a utilizar la desinformación, en particular hacia los medios de comunicación extranjeros. El diario neoyorquino precisaba que la OIE había firmado un contrato de 100 mil dólares mensuales con la agencia de comunicación Rendon Group, ya utilizada en 1990 en la preparación de la guerra del Golfo” (Ramonet, 2003).

Otra estrategia para la manipulación de la información fue la de los periodistas “incrustados”. Las reglas del juego, según Ferreira (2003), se establecieron en reuniones que sostuvieron oficiales del Pentágono con jefes de medios en Washington, en octubre del 2002 y en enero del 2003. El mayor Tim Blair, encargado de las relaciones con los periodistas "incrustados", dijo: "Dichas reglas del juego cambiarán de acuerdo a cada misión y a cada lugar. El principio que nos guía en el manejo de los incrustados es el de control de seguridad en la misma fuente". Lo que en otras palabras se traduce a que el jefe de cada unidad militar tendría plena discreción y control sobre lo que los reporteros asignados a su grupo podrían hacer, o no.

Pero la forma más burda fue la propaganda. En los días de los atentados, “no era sorprendente escuchar cómo las transmisiones radiales promovían el odio y la histeria, clamaban violencia contra los árabes y los musulmanes, y exigían una retaliación nuclear y una guerra mundial. A medida que pasaban los días, los principales noticieros radiales se volvieron hiperdramáticos, se llenaron de música y amor patriótico, y estaban saturados de propaganda de guerra e histeria de terrorismo” (Kellenr, 2002: 24). Cuando llovían las primeras bombas sobre Irak, la mayor cadena de estaciones de radio del país, Clear Channel, transmitió, organizó y patrocinó en Atlanta, Cleveland, San Antonio, Cincinnati y otras ciudades más, lo que llamó "Manifestación pro América" (Ferrerira y Sarmiento, 2003).

Conclusión
La cobertura a la “guerra contra el terrorismo” ha mostrado que los medios de comunicación han violentado lo elemental de la ética periodística, y en vez de informar han desinformado; y con ello se han prestado a la manipulación del gobierno de Estados Unidos. No hemos tenido noticias, sino propaganda.

Los medios de comunicación se mostraron favorables a la guerra y su patriotismo los llevó a violentar el derecho que tienen los ciudadanos de ser informados con objetividad y veracidad, además de violentar el código de ética de la UNESCO que exige a los periodistas oponerse abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la guerra.

La cobertura periodística de la guerra, también mostró deficiencia en la investigación del contexto en que se realizaba el conflicto, las causas que lo provocaron, como también la difusión de información diaria. Pues aceptaron de buena gana ser “incrustados” en los campos de batalla y se sometió la agenda informativa a las necesidades estratégica del ejército de Estados Unidos.

Por último, las grandes cadenas noticiosas aceptaron la censura y practicaron la autocensura para que el pueblo estadunidense y los países que apoyaron la guerra no se desanimaran en el apoyo a dicha guerra. ¡Hasta tenían prohibido mostrar los ataúdes de los soldados estadunidenses muertos!
Algunos medios de comunicación han mostrado su mea culpa, pero no ha sido clara y precisa; parece entonces que no están dispuestos a renunciar a sus prebendas económicas y políticas en aras de la responsabilidad social que tienen como medios de comunicación con la ciudadanía.
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