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Las provincias también existen (Parte IV, de IV)

Sandra Crucianelli // Fuente: www. pulso.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Jesús Ramírez Cuevas, de México, por ejemplo, reportó el año pasado que distintos medios regionales han ganado prestigio e independencia tomando distancia del oficialismo.

Gerardo Reyes, uno de los mejores periodistas investigadores que ha dado América Latina, ha dicho hace poco durante una entrevista radial en su país, Colombia, que el periodismo regional es muy bueno y sin embargo vive marginado por los medios capitalinos.

Daría la impresión de que ciertos cambios se están produciendo.

Periodistas de Provincia de Perú se unieron virtualmente en el 2004 a través de una red en la que discuten acerca de sus problemas e impulsan su propia capacitación. Lo mismo está ocurriendo en otras regiones del continente.

Hace varios años, era bastante difícil encontrar a un periodista de provincia trascender. Hoy los vemos ganando premios importantes, participando de cursos a la distancia y queriendo abrirse paso entre los demás.

Aunque el 77 % de los periodistas relevados considera que trabajar en una provincia es una desventaja (dato esperable), el hecho de que el 78 % no haya manifestado su intención de abandonar la provincia aparece como un dato que merece atención.

No ocurre lo mismo con el hecho de encontrar que el 83 % requiere la presencia de cursos fuera de las capitales, es decir se sigue pidiendo que estas acciones se tomen de manera más descentralizada, capaz de equiparar la sobreoferta educativa que se produce en las capitales.
El 72 % apareció reclamando las bondades de la Internet. No solo en materia de acceso (terminales en las salas de redacción, llegada de señales de banda ancha o vía cable), sino también conocimiento para manejar el recurso.

Se ha citado como una desventaja la falta de acceso a información, dato conocido, pero también se mencionó como ventaja un mayor acceso a documentos. Aunque no se puede generalizar, es probable que se den ambos fenómenos. Que en las ciudades pequeñas, generalmente por filtración, resulte más fácil obtener documentos públicos, al mismo tiempo que es más difícil obtener documentos del gobierno regional o de oficinas públicas centralizadas en la Capital por la vía de la petición.

El resultado sorpresa lo constituyeron las respuestas a la pregunta referida a quién cree que debería ocuparse en primer lugar del crecimiento profesional del reportero. El hecho de que el 84 % respondiera “yo mismo”, estaría marcando una variable de cambio, un dato de la realidad que antes no se observaba por cuanto, si bien los reporteros continuamos exigiendo a los dueños de medios ese compromiso, quedó en evidencia la noción que debemos asumir un compromiso mayor respecto al propio aprendizaje.

No me siento feliz, me siento solo
El análisis de las planillas revela un alto porcentaje (76%) de reporteros que no están informados acerca de oportunidades educativas disponibles. El mercadeo de esta oferta parece tener dificultades para llegar a las provincias. Esto podría contribuir al aislamiento y explicar por qué el 88 % manifestó experimentar soledad.

De la lectura detallada de los cuestionarios hay una sola frase que despierta angustia: “No me siento feliz, me siento solo”.

No conozco los rostros de quienes manifestaron estos sentimientos, pero solo bastan esas siete palabras para imaginarlos, tal vez porque alguna vez quien esto escribe se sintió del mismo modo.
¿Puede un periodista estar condenado a peor destino que el de no encontrar felicidad en lo que hace (aunque sea de vez en cuando) y al mismo tiempo saborear la amargura de la soledad?
Es como si uno supiera que otros tienen mayores probabilidades de probar el dulzor de la miel a kilómetros de distancia, sabiendo que aunque existan abejas en donde uno vive, nunca se llegará a encontrar un panal. ¿O será que no se lo busca lo suficiente?
Alguna vez me sentí infeliz y sola. Pero era muy testadura. Un día, hace muchos años, decidí que vivir en la provincia no iba a transformarse en mi peor realidad ni en mi condena.

Como muchos otros, no quise encandilarme con las luces de la Capital. Mi elección fue quedarme para ejercer simplemente el derecho al pataleo. Cosa que me produce ahora una enorme felicidad y gracias a esa tecnología maravillosa llamada Internet, la soledad quedó en el olvido.

Quisiera que este humilde texto se convierta en un homenaje a todos los trabajadores de la prensa que, desde pequeños pueblos, ciudades remotas, en medio de selvas o montañas o a la vera de los océanos, dedican sus esfuerzos cotidianos a informar sobre lo que sucede en sus comunidades. A aquellos que luchan a brazo partido contra la obsecuencia de los medios. A los que les ponen el pecho a las balas. A los que están dispuestos a aprender cada día más. A los que no se dejan vencer por las desventajas y no se resignan a caer en el lodo de mediocridad. A los que tienen que seguir escribiendo en viejas Olivetti o caminar kilómetros para llegar a la redacción.

No me preocupan tanto los que reciben dineros para silenciar sus plumas o los desaforados sensacionalistas que también circulan por allí. Esos no quedarán en el sano recuerdo de nadie.

Tuve contacto con muchos de los primeros a través de los cuestionarios que dieron base a este texto, pero también de manera personal, por medio de la docencia. Las opiniones de este último grupo no han quedado registradas en ningún lado. Solo fragmentos de sus rostros y ecos de sus palabras en mi memoria. A veces los armo como un rompecabezas y el resultado es siempre el mismo.

Lamento comprobar que sigue habiendo poco periodismo investigativo en las provincias. Las condiciones aún siguen sin darse. Al margen de la falta de independencia de los grupos mediáticos, generalmente familiares, y la falta de entrenamiento, hay otros problemas asociados. Espero no se molesten mis colegas residentes en capitales, pero siento que es más difícil examinar al gobierno en un pueblo o ciudad pequeña que en una gran ciudad. En estas últimas el periodista se confunde entre millones. Y hasta es probable que después de su crónica, nunca más vuelva a verle la cara al funcionario que investigó. En la provincia la cosa cambia. Nos encontramos con ellos a diario, a la vuelta de la esquina, en el supermercado, en el colegio de nuestros hijos o en la plaza a la que los llevamos a jugar.

Una vez me tocó investigar a un científico a quien tuve como profesor en la universidad. Lo peor fue cuando un día el turno le tocó a un amigo. Habrá pensado, si me conoce ¿cómo puede hacerme esto? Pero hay que tragar saliva y mirar para adelante. Uno va perdiendo afectos y aplausos en el camino, pero gana otros diferentes.

Este tipo de periodismo representa una oportunidad, la del perro guardián, no la del perro faldero. Aunque haya que patalear y librar luchas internas, vale la pena ejercerlo o al menos intentarlo.

Muchos periodistas provincianos me conocen y saben que no es imposible. El mayor capital es que nuestras audiencias nos sienten al alcance de su mano y si el trabajo se hace con honestidad intelectual (ya que la perfección solo es atributo de Dios y la independencia absoluta no existe), entonces nuestras comunidades localizan en cada uno de nosotros a referentes sociales, cotidianos, no seres inalcanzables ni estrellas del mundo mediático.

Saben que pueden encontrarnos todas las mañanas en el mismo sitio, en la misma redacción o gastando las suelas de los zapatos por las mismas calles... dispuestos a escuchar cualquier historia digna de ser contada.

Y hasta pueden tener suerte, conocer buena gente en medio de la ruta que les dé oportunidades y encontrarse un día, escribiendo un artículo similar a este.

La muchacha que aprendió a mecanografiar con cuatro dedos en la Olivetti de la biblioteca de su pueblo, la misma que quería ser médica y escritora, pero terminó siendo periodista, era yo.
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