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¿Qué Hacer con los Colchones?

¿Qué Hacer con los Colchones?

Sergio Rego Monteiro / Fuente: www. revista-ideasonline.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
“Siempre va a haber una huelga acechando a la vuelta de la esquina. Algunos periódicos han soportado huelgas que han durado más de seis meses. Si no son los empleados los que paran, serán los repartidores. En algunos mercados, en que los sindicatos son más fuertes, es como una espada de Damocles pendiendo de un hilo. Todos nosotros vamos a tener que enfrentar una huelga, más tarde o más temprano. Es como una persecución permanente, y no se puede huir toda la vida. Tampoco se puede pasar la vida negociando. Finalmente uno va a tener que lidiar con una huelga, y va a perder la compostura.”
Con este prólogo en mente, escuchado de aquellos más viejos y con más experiencia, un día me recibieron con la noticia de que la sala de redacción estaba por ir a la huelga. “¿Alguna posibilidad de sentarse y conversar? Pregunté, ingenuamente. El nuestro era un periódico de centro derecha, con una sala de redacción de izquierda. Ese hecho solamente nos convenció de inmediato de que por inercia íbamos a caer en idas y venidas, sin ninguna esperanza de resolución. Ni que hablar de toda la alharaca que se estaba haciendo con el tema de las “injusticias” que se estaban cometiendo, algunas de las cuales, me doy cuenta hoy, de que eran absolutamente reales...

Ya se estaba produciendo una movilización encubierta. La conspiración se podía percibir en el aire. Durante reuniones interminables, el directorio trató de movilizar a los “leales”, o aquellos capaces de “darnos cada día nuestro ejemplar diario”. Distribución, marketing, y ventas, empezaron a pelearse para encontrar formas de asegurarse de que llegáramos a los puestos de venta cada mañana, aunque no tuviéramos idea de cómo iba a terminar la huelga.
En cuanto a mí, mi misión era de tipo logístico. Tenía que encontrar un espacio fuera de nuestras oficinas para armar una sala de redacción de soporte y alojar a la gente a la que seguramente le iban a negar la entrada los turnos de guardia que rodeaban el edificio. Algunos de nosotros, no obstante, íbamos a tener que avenirnos a pasar la noche en el periódico y a construir una cabeza de playa con el equipo de producción. Y así lo hicimos, reinventándonos a nosotros mismos con mucha creatividad y enfrentando una guerra que prometía ser larga. Decidí alojar a la gente de redacción en hoteles cinco estrellas. Nos ingeniamos para conseguir helicópteros del aeropuerto regional para transportar a la gente de imprenta y al personal de sistemas. Un helipuerto en el techo de nuestro edificio hizo posible esta operación, aunque restringido por el tamaño de la aeronave (sabíamos ya en el momento en que lo planeábamos que no disponíamos precisamente de Blackhawks....)
Teníamos un montón de gente y muy poco espacio en el transporte aéreo, pero pensamos que de esta forma podríamos enfrentar el primer día de la huelga mientras planeábamos los siguientes pasos de la operación. ¿Pero qué pasaría el segundo y el tercer día? Estábamos seguros de que el piquete de huelga iba a encontrar la forma de impedir que los helicópteros despegaran. Tendríamos que cambiar constantemente el sitio asignado para recoger la gente. Pero ¿cómo íbamos a mantener el secreto, y a evitar que se filtrara la información sobre las distintas ubicaciones, en una compañía donde la información se propagaba como un incendio? Si en ese periódico se acordaba un solo aumento de sueldo, los 600 empleados restantes se enterarían en minutos. Las noticias de cierre corrían en tiempo real por los pasillos, en un verdadero sistema que equivaldría al 100% de cobertura en un mercado local...

Se compraron walkie-talkies para coordinar las ubicaciones desde las cuales transferir a los empleados al periódico vía helipuerto, junto con pequeñas vans para recogerlos y llevarlos hasta el aeropuerto. No solo la gente, sino que había también otra cosa – cien colchones delgados. Sí, porque íbamos a tener que pasar la noche – por lo menos la primera noche – en la oficina. Después de todo, íbamos a tener que ganarle a la huelga. Tendríamos que poder demostrarle a todo el mundo que estábamos dispuestos a fabricar un periódico cada mañana sin la presencia diaria de una sala de redacción insurgente. Pero luego existía otro problema:¿qué hacíamos con la comida? Y así siguiendo. Más problemas resolvíamos y más aparecían para resolver.
“Nosotros sabemos cómo hacer periódicos y esta es una generación de administradores que nunca supo como manejarse con huelgas,” dijo uno de los jefes de Recursos Humanos, lo que me llevó suponer que en el futuro íbamos a tener clases de capacitación especiales sobre este tema. Aquí debo explicar una cosa sobre Brasil: después de 20 años de dictadura durante los cuales las huelgas estuvieron prohibidas, nadie tenía ninguna experiencia sobre estos movimientos. Habíamos aprendido cómo escapar de la caballería del ejército durante las demostraciones callejeras tirando corchos en el piso para obligar a los caballos a tropezar. Pero ¿huelgas? No había historia de ellas, no de donde nosotros veníamos.

Yo partí al periódico en la víspera del día previsto para el paro como alguien que parte al campo de batalla. Fue como una despedida con llanto en los ojos en la puerta de casa, algo así como ¿Cuándo te volveré a ver? Mi gente estaba toda lista, extremadamente nerviosa con la perspectiva de dormir en el lugar del trabajo y en vísperas de un enfrentamiento cara a cara con los huelguistas. En mi departamento específico éramos alrededor de 30 personas; yo era uno de los vicepresidentes y estábamos a cargo de circulación, distribución, marketing y ventas. Dejé mi colchón apoyado contra una de las paredes de mi oficina, como un tótem para una resistencia armada. Entrar al edificio acarreando esos cien colchones sin que nadie nos viera no era tarea fácil, por eso decidimos hacerlo al amanecer, como la armada Brancaleone en defensa de nuestra institución. Cenamos, todo el mundo tenso. Algunos decían que esperaban un tiroteo. Alguno preguntó ¿cómo podía llegar a haber disparos si nadie estaba armado? Estábamos decididamente y totalmente desarmados para una guerra inminente.

Puse mi reloj despertador para las siete de la mañana, y me tomé un tranquilizante para estar preparado para 24 horas difíciles, y pensé para mis adentros que tendríamos que “enfrentar de a una batalla cada vez.”
A las seis y media ya estaba en pie y mirando por la ventana, dispuesto a ver una multitud gritando por sus derechos, suponiendo que tuvieran alguno. Nada. Ni un alma en la calle, solo autos e inclusive ellos circulaban perezosamente. Todavía es temprano, pensé. Ningún huelguista se va a levantar a las cinco de la mañana para bloquear la entrada a un edificio. De cualquier manera, los periódicos no empiezan su actividad febril hasta más tarde en el día. Fui a la recepción. Las puertas metálicas del edificio estaban bajas para proteger los vidrios y solo estaba abierta una pequeña entrada en un costado que serviría de único acceso durante ese día fatídico.

Pasaron varias horas. De repente alguien dijo que se estaban acercando algunos periodistas, caminando en grupo. Fui a mirar y era solo un columnista de deportes, que escribía crónicas filosas y era conocido por su bohemia, llevando una botella de whisky (¿a esa hora de la mañana?) y otros dos reporteros en animada conversación. Llevaban una pancarta enrollada bajo el brazo. Pensé que serían los primeros “combatientes” de ese día, el más largo de todos. Fui hasta ahí para verlos mejor. Nada, solo ellos tres, por entonces sentados en la vereda. A las tres de la tarde tuve que enfrentar la frustración de una huelga cancelada, y todos mirándonos, unos a otros, sintiéndonos tontos por la aventura abortada.

No pasó nada. Nadie sabía como hacer huelga como se sabe ahora. Empecé a pensar ¿qué iba a hacer con los cien colchones? y en el trabajo que sería necesario para desbandar las tropas, sin que se hubiera disparado un solo tiro.

Los colchones siguieron ahí, parados, riéndose de mí por bastante tiempo. Al que estaba en mi oficina lo escondí detrás de una cortina. Más tarde, con la ventana abierta y el viento soplando, se cayó al suelo, como para demostrarme mi propia inhabilidad para predecir las huelgas.

Y nunca pasó nada más, solo esta lamentable historia que les estoy contando.
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