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Algo más que palabras

Un slogan sin verdad, no es garantía de nada

Fuente: Víctor Córcoba Herrero

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Los baños de eslóganes que a diario recibimos por tierra, mar y aire, se han convertido en formas avasalladoras y déspotas, fondos sin verdad alguna, expresiones breves que nos impresionan y aprisionan, reprimen y aborregan. Nos podrán decir mucho en pocas palabras, pero nada nos garantizan. El aval, en la mayoría de los casos, carece de autenticidad; y, lo que no es verdadero, nunca es benigno, por más que nos quieran transmitir y retener. Al igual que una cultura sin verdad, no es una garantía para la libertad, tampoco las palabras bellas encauzadas, a golpe de engaño, serán caución para la vida. Un ejemplo ilustrativo podría ser, ahora que todos tenemos la fiebre del amor europeo, la prepotencia de esa vuelta a Europa, contigo o consigo aunque sea lo más engañoso, pero fuertes, sin actitud humilde alguna. Ya me dirán, ¿cómo resolver el problema de la Europa unida si se parte de planteamientos falsos? Serán amores imposibles para desgracia de todos. Demasiada literatura nos venden y pocos compromisos reales se cotizan. Los ambientes empiezan a estar hartos de frases que, nos dejan frescos, para calentarnos a tortas, los unos con los otros. Nos falta esa perspectiva de la verdad, capaz de hacernos trascender en las ideas, de esperanzarnos, más que como ciudadanos, término puesto de moda por los políticos en los últimos tiempos, como personas; el único ser del universo visible capaz de tomar conciencia de sí. Tomada esa razón de verdad, los eslóganes dejarían de entrar en conflicto. Un raciocinio que debe ser cultivado en todos los centros educativos, para que seamos capaces de discernir el diluvio de lemas que nos bombardean.
Entre todos los recursos materiales y humanos de escuelas y universidades, se precisa una cátedra de laboratorio cultural, que nos cultive en el pensamiento. Esto sería bueno para crecer en diálogos constructivos. De lo contrario, las letras serán sólo letras sin semántica, ni armonía alguna; las ciencias perderán conciencia y sentido de vida; el pensamiento educado filosóficamente, olvidará la trascendencia del ser humano.El espectáculo de eslóganes ha dejado de ser creíble por su increíble necedad y torpeza. Luego, los hechos son los que son.

En un ámbito de disgregación, en el que todo se mueve por intereses económicos y de partido (marcas), resulta difícil tragarse historias que, aunque estén bien servidas, nos indigestan. Por muy cultivados que nos veamos, tal vez más de cara a la galería, y reflexionemos sobre la cultura europea, lo cierto es que en nuestra propia casa, todavía somos incapaces de ponernos de acuerdo en temas que son derechos fundamentales, como el educativo, donde una actitud partidista está produciendo confrontaciones sin precedentes. Este espectáculo bochornoso de unos políticos incapaces de ponerse de acuerdo, sí que debiéramos fijarlo en la memoria, más que ese árbol de recetas eslogan, por muy frondoso que sea. Hay ciertos abonos que a las plantas vuelven artificiales, como hay ciertos pensamientos que a los seres humanos nos vuelven cretinos.

La impresionante red de eslóganes y marcas que nos circundan, requieren instituciones educativas serias y profundas, dispuestas a enseñarnos la verdad del horizonte, de hacernos ver las profundas necesidades y aspiraciones de una sociedad que corre cada vez más el peligro de olvidar sus raíces de vida, sometida a una visión sin alma, de culto al cuerpo, viciada por el sexo y enviciada por la material. Afrontar este desafío exige desempolvar tantas falsedades de eslóganes, que son bandera de algunas mentes perversas. Urge, a mi juicio, desarrollar una presentación persuasiva de la auténtica verdad, sin condiciones, ni condicionantes alguno, porque de seguir con la mentira, la vida también dejará de ser ella misma; será una condición, condicionada a ser productivo. El que no lo sea, que se olvide de vivir, ofertándosele una muerte solapada, una muerte dulce. Algo tremendo, tremebundo, pero que está ahí, y que muchos pensadores han bautizado como la cultura de la muerte del nuevo siglo.

Frente a tantos desajustes, pienso que un buen auxilio para la reflexión, no pasa por beber eslóganes sin más, sino por analizar situaciones. En este caso, el Sitges Teatro Internacional al adoptar el compromiso de presentar espectáculos sobre la intolerancia, el drama de los emigrantes que mueren en pateras, la prostitución o la guerra de Irak, contribuye a que el pensamiento florezca desde la puesta en escena de imágenes que han de conmovernos, porque es la realidad viva la que se nos ofrece, la verdad de tantas circunstancias horribles, que debemos repeler con el corazón de la unidad. Eso si es garantía de paz en el futuro; como garantía de vida, será ofrecerles posada a los que nada tienen; y, descanso de luz, a los que viven en tinieblas.
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