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El periodismo del nuevo siglo (Parte IV de IV)

Ignacio Ramonet / Fuente: http://www. etcetera.com.mx

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
El peso del mercado
Sin embargo, el mercado sólo integra aquellos elementos que son solventes. Todo aquello que no es solvente no está en el mercado. No es como la máquina: con la máquina todas las piezas funcionaban. Y, por supuesto, el mercado es la solución a todo y pretende integrarlo todo. No es un invento reciente. El mercado moderno, tal como explicaba Fernand Braudel, se inventó hacia el Renacimiento. ¿Qué sucede en la actualidad? Pues que el mercado, tal como funcionaba antaño, se limitaba de hecho a sectores muy concretos, como el comercio, mientras que en nuestra época el mercado abarca todos los sectores, todas las áreas de actividad. Pensemos en áreas de actividad que durante mucho tiempo han estado al margen del mercado, como la cultura, la religión, el deporte, el amor o la muerte. Pues, hoy en día todos estos elementos han sido integrados en el mercado. El mercado tiene también derecho a regular, a regir todos estos elementos. Queda claro, pues, que los dos paradigmas que han permitido la construcción del Estado moderno, el progreso y el reloj, han desaparecido y han sido sustituidos por la comunicación y el mercado, dos elementos sobre los que, evidentemente, se asienta un edificio totalmente diferente. ¿Qué ha pasado entonces en la esfera de lo político? ¿En qué se ha transformado el poder? En este momento está levitando, pues no puede garantizar ni el progreso ni la cohesión social. Tiene que hacer frente a la eclosión de dos paradigmas nuevos que, evidentemente, lo hacen mejor que él. Por consiguiente, los responsables políticos, o el poder político, se encuentran en una situación delicada ante este nuevo edificio. Esta cuestión permite plantear el problema de la política. ¿En qué se ha transformado la política en esta nueva situación?
Es una cuestión de filosofía política, pero es patente la situación de incomodidad que se aprecia en algunos políticos y en los ciudadanos. La cuestión de la ética se sitúa ahora en el centro de preocupación de los periodistas. En nombre de la industrialización de la información, el ámbito de actividad de éstos se ha reducido considerablemente y es evidente que se enfrentan, en la mayoría de casos (por supuesto, siempre hay excepciones), a un sistema tanto de jerarquía como de propiedad, que reclama una rentabilidad inmediata.Por consiguiente, los periodistas se preocupan por lo que se les va a pedir, y más si lo que se les pide entra en contradicción con lo que piensan realmente.La información y las relaciones públicas.

Se trata de problemas muy conocidos: la influencia de la publicidad o de los anunciantes, la de los accionistas que poseen una parte de la propiedad de un diario, etcétera. Todo esto acaba pesando mucho, hasta el punto de que, a pesar de los muchos casos de resistencia llevados a cabo por periodistas que intentan, contra viento y marea, defender su propia idea de la ética, también se producen muchos casos de abandono.

Además, cada vez es más frecuente refugiarse en la comunicación en el sentido de "relaciones públicas". Una de las grandes enfermedades de la información actual es la confusión que existe entre el universo de la comunicación y las relaciones públicas y el de la información. Una pregunta pertinente es: ¿en qué se ha convertido la especificidad del periodista en este nuevo contexto de la comunicación?

Esta pregunta es pertinente porque vivimos en una sociedad en la que todo el mundo quiere comunicar algo y, en concreto, todas las instituciones producen información. La comunicación, en este sentido, es un discurso adulador emitido por una institución que espera que ese discurso le reporte algún beneficio.

Esta comunicación acaba por asfixiar al periodista. Todas las instituciones políticas, los partidos, los sindicatos, las alcaldías, etcétera, producen comunicación, tienen sus propios periódicos, sus boletines, etcétera. Las instituciones culturales, económicas o industriales producen información. Muy a menudo, entregan esta información a los periodistas y les piden que se limiten a reproducirla. Evidentemente, la petición no se presenta como una orden, pero la forma puede ser muy seductora.

Todo el mundo sabe que cuando las marcas de automóviles hacen pruebas, éstas siempre tienen lugar en paraísos como las Bahamas, porque así se puede invitar a los periodistas durante una semana en un hotel magnífico. Por supuesto, los periodistas harán su trabajo, pero en un contexto que favorece la comunicación en un determinado sentido. Por consiguiente, muchos periodistas acabarán limitándose a ser el canal que transfiere la comunicación emitida por tal o cual industria, tal o cual institución política, económica, cultural o social. Es una manera de llegar a un pacto con su conciencia y su ética.

Es cierto que las nuevas tecnologías favorecen considerablemente la desaparición de la especificidad del periodista. A medida que se desarrollan las tecnologías de la comunicación, aumenta el número de grupos que producen comunicación. Por decirlo de forma un tanto esquemática, sin la fotocopiadora no se hubiese producido el Mayo del 68. El fascismo no hubiese sido lo que fue sin los altavoces y los micrófonos, porque nadie se puede dirigir con la única ayuda de la voz a mil personas al mismo tiempo. Las tecnologías de la comunicación han producido la explosión de las radios libres o el fax. Actualmente, gracias a Internet, cada uno de nosotros puede no sólo convertirse en periodista, sino ponerse a la cabeza de un medio de comunicación.

Conciencia y responsabilidad
¿Qué subsiste, pues, como elemento específico de los periodistas? Ésta es una de las cuestiones que más les duele a los medios de comunicación, especialmente a la prensa escrita. Los medios de comunicación que más se desarrollan son los medios relacionados con las tecnologías del sonido y la imagen. Incluso cuando la información es escrita, lo está sobre una pantalla.

Los periodistas no forman un cuerpo homogéneo. Existen opiniones enfrentadas y mucho debate. Es una profesión que hoy exige un enorme trabajo. Además, los periodistas son ciudadanos, y grandes consumidores de medios de comunicación, más que las demás personas. Son muy conscientes de que existen todos estos problemas y discuten de ellos continuamente.

Hay una toma de conciencia colectiva, pero ¿existe una responsabilidad? ¿Esta responsabilidad sería únicamente de los periodistas? Los ciudadanos también tienen su responsabilidad en este asunto, porque informarse es una actividad, no es algo pasivo. Los ciudadanos no son simples receptores de medios de comunicación. Es evidente que el emisor tiene una gran responsabilidad, pero informarse también quiere decir saber cambiar de fuente, resistirse a ella si es demasiado fácil, etcétera. Para mucha gente ya no es difícil darse cuenta de que el telediario no basta para estar informado. El telediario no está hecho para informar, sino para distraer. Está estructurado como una película, es una película al estilo de Hollywood. Empieza de una cierta manera y acaba con un final feliz. No se puede poner el final al principio, mientras que en un periódico se puede empezar por el final. Al finalizar el telediario, casi todo el mundo se ha olvidado de lo que ha pasado al principio. Y siempre acaba con risas y piruetas.

No se puede achacar todos los males a la televisión. No es una cuestión de moral o de mala fe, es cuestión de saber cómo funciona. No se puede decir: la televisión me informa mal, ella es la culpable. Ciertamente es culpable, pero no tiene toda la culpa, porque nadie puede afirmar que, al llegar a casa, con sólo tumbarse en el sofá con un vaso de naranjada en la mano, vaya a entender todo lo que pasa en el mundo. Lo que pasa en el mundo es muy complicado. Es un poco como si alguien pretendiese aprender japonés en un fin de semana y sin esfuerzo: se estaría mintiendo. La persona que se dice a sí misma: voy a informarme mirando un telediario, se está mintiendo a sí misma, porque no se da cuenta que está haciendo una apuesta con su propia pereza.

Informarse o saber que pasa
Todo el esfuerzo no puede recaer sobre un medio de comunicación concreto, sobre todo cuando la información es superabundante, como en nuestro tiempo. El ciudadano tiene dos posibilidades: o bien se quiere informar o bien sólo quiere saber vagamente lo que pasa. En el primer caso, siempre se puede hacer a base de recortar y pegar las informaciones. No sólo existen los periódicos, también hay revistas y libros. Sin embargo, hay que tener la voluntad de hacerlo. Eso significa trabajo.

Por otro lado, no todo lo que hace la televisión, desde el punto de vista de la información, es una basura, ni mucho menos. Dicho más claro, por muy exigente que sea el telespectador con los telediarios, un género por lo demás bastante superficial, lo que no puede exigirles es lo que no pueden dar. En 30 minutos tienen que tratar una veintena de informaciones.

En cambio, a mi entender, la televisión puede hacer bien su trabajo cuando se trata de reportajes y emisiones especiales. El reportaje de la BBC sobre Bosnia sería un maravilloso ejemplo de un tipo de periodismo que puede hacer la televisión. Otro ejemplo es un documental en dos capítulos sobre la guerra de las Malvinas, que fue una guerra importantísima en la historia de los medios de comunicación, pues sirvió de modelo para la del Golfo, desde el punto de vista negativo. Sin embargo, eso supone tener la voluntad de seguir un mismo tema durante varias horas, lo cual no hace sino reforzar lo que se dijo más arriba: también es necesaria la voluntad de hacer un esfuerzo por parte del telespectador. En cuanto a su funcionamiento, el medio de comunicación dispone de todas las posibilidades.

Informar no es sólo interesarse por ciertos ámbitos considerados importantes, como la economía, la política, la cultura o la ecología, sino también por la propia información y la comunicación. Es necesario que los medios de comunicación analicen su propio funcionamiento. Los medios ya no pueden presentarse simplemente como un ojo que mira, y que no puede verse. Es cierto que el ojo ve y no puede verse, pero esta metáfora no puede aplicarse a los medios de comunicación, porque han dejado de tener esa característica propia del periscopio o de cualquier instrumento óptico privilegiado. Todo el mundo los ve y todo el mundo sabe de alguna manera que no son perfectos. La gente espera de los medios que hagan una autocrítica, que se analicen a sí mismos. De la misma manera que los medios pueden ser exigentes con tal o cual profesión o sector, ¿por qué no lo son con ellos mismos?
Estoy convencido de que los medios de comunicación deberían proceder a análisis más serios sobre su propio funcionamiento, aunque sólo fuera para que todo el mundo supiera cómo trabajan y que no son reacios a la inspección, la introspección y la crítica. No han de tener una posición privilegiada. No están sólo para juzgar a los demás, sin poder ser juzgados a su vez. Es importante que, cuando se cometen errores, se reconozcan. Sólo así se hace pedagogía. Esta idea avanzará, aunque sea lentamente, porque es muy cómodo juzgar sin ser juzgado.
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