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Amnesias de un empírico (II de II)

Oscar Domínguez / Fuente: www.pulso.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Hablábamos hace un rato de estadísticas ( “un poco muy mucho viejas”, lo confieso) que no dejan muy bien librada la actividad periodística. Esto obedece, a mi juicio, al hecho de que, como lo sostienen algunos, los lectores han llegado a su madurez y reclaman de los profesionales del periodismo el cumplimiento de su deber de informar de acuerdo con las exigencias de la sociedad. Para no quedarme con el crédito, lo que acabo de leer es de la paternidad responsable del profesor Giner, citado antes.
Encadenemos este concepto con otro que me parece válido y que pertenece a un estudio elaborado por una comisión norteamericana sobre libertad de prensa.
Decía la tal conclusión, hablando de la responsabilidad social que nos compete: el periodismo no se puede limitar a transmitir hechos y opiniones como pontificaba la teoría de la objetividad. Es necesario ofrecer al público el contexto de las noticias, explicar su significado y trascender el hecho en sí, mondo y lirondo. Nos corresponde dar herramientas para interpretar el entorno histórico de este mundo que nos tocó en reparto.
Los tratadistas llaman a estos comentarios la teoría del iceberg: no basta con mostrar la parte visible de un acontecimiento, ni dejarse engañar por las apariencias. Hay que investigar a fondo, decir toda la verdad y no limitarse al simple contraste de opiniones. El lector necesita algo más que las versiones contrapuestas de las partes. El periodista es depositario del derecho a la información y, como tal, tiene el deber de informar. Esto es, descifrar la realidad, no contentarse con reflejar lo que se dice, a la manera de simples ventrílocuos de los hechos.
Cabe recordar aquí lo dicho por la escritora Margarita Yourcenar, cuando respondió a la pregunta sobre qué se les debe decir a los hombres: “Ante todo, la verdad sobre todos los temas. La obligación de decir o de hacer con toda veracidad atañe a todos: desde el periodista, pagado para transmitir una verdad de actualidad, hasta el poeta que tiene la misión de expresar una verdad eterna”.
Desde la Universidad hay que acostumbrarse a escribir mucho, así sean cartas a la novia o la mamá. Todo ejercicio es bienvenido. Cuando García Márquez no está escribiendo una de sus espléndidas ficciones, suele redactar columnas de prensa para “mantener los dedos calientes”, según ha dicho. Si lo hace un inmortal de las letras, los mortales de la llanura no tenemos excusa.
Y hay que vivir informados. O sea, se impone ejercer el oficio desde los bancos universitarios. Un oficio que vamos a ejercer hasta dormidos – y no es cañazo de tahúr- , es mejor empezar a perfeccionarlo desde el aula. No hay disculpas para no leer, escribir, estar al día. Eso no es sólo de la competencia de quienes tienen un puesto bajo alguna nómina.
No está mal ejercer el periodismo las 24 horas. Inclusive en nuestro entorno familiar o de amigos, se impone diferenciarnos del resto de bípedos implumes que habitan el planeta y utilizar el lenguje adecuado para cada conversación. No cañar siempre con las mismas cuatro o cinco mil palabritas de nuestro idioma que es bien rico. No es sino leer a Cervantes, Borges, o a Gabo, el nuestro, para conocer las inmensas posibilidades que tenemos con nuestra lengua.
Así como nunca hay una charla igual, nunca habrá una noticia, ni una crónica similar a otra. Siempre tendrán su propia dinámica, su propia música, su propia semántica. Encontrar ese encanto y plasmarlo en palabras es uno de los tantos retos que se nos ofrecen como afortunados creadores diarios.
Hay que escuchar radio, ver televisión, leer los periódicos. Prohibida la pereza. Hay que saber en qué va el proceso de paz; mirar con lupa la letra menuda de los proyectos que cursan en el Congreso; saber los resultados del campeonato de fútbol. Y, repito, escribir mucho. Le escuché al ya mencionado profesor Tomás Eloy Martínez, que más vale un cuento, una historia mal escrita, que una historia no escrita. García Márquez, Nobel en literatura y en periodismo, cuenta que cuando llegó a El Universal, de Cartagena, el jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, le llenó la cuartilla de tachones rojos que evidenciaban yerros. Con el tiempo y un palito, las correcciones desaparecieron. No como fruto de una mojada acalorado, sino producto del rigor con que asumió su trabajo.
Hay que exigirse periodísticamente, al salir de casa, al entrar a las iglesias, al comer y al dormir. Estudiar mucho, leer mucho. Leer, leer, leer, escribir, escribir, escribir, es la receta. Leer mucha poesía, mucha literatura. (Lo dice mejor el polaco Ryszard Kapuszinki: “Yo no soy esencialmente poeta, pero utilizo la poesía como ejercicio lingüístico; la poesía es irrenunciable para mí. Requiere una concentración lingüística extrema, y eso beneficia a la prosa. Cuando me pongo a escribir, tengo que encontrar un ritmo. En cuanto he encontrado el ritmo de la frase, todo fluye... Así confiero a la prosa una dimensión poética. La poesía tiene una gran densidad, por lo que la prosa poética no puede abarcar demasiadas páginas”.
Con Perogrullo diría que la palabra es la gran herramienta en el periodismo y en la literatura, su parienta rica. De las lecturas y de la práctica constante de la escritura va surgiendo poco a poco, muy lentamente, con paciencia de Job, el periodista, el guionista, el comunicador, el relacionista. Y si me acosan, el futuro Nobel de Literatura que duerme en todo reportero.
Si Shakespeare decía que estamos hechos de la misma tela de nuestros sueños, yo, sin ser poeta, ni más faltaba, diría que los periodistas estamos hechos de nuestra fatiga. Periodistas genios hay muy pocos. Por esto tenemos que ser tercos, persistentes. El genio es una atención continuada, decía Einstein, según leí en otra revista vieja de peluquería. ( Confieso que debería estar citando libros, no revistas. Quedo retratado como sujeto al que le faltan muchas lecturas. Pero los periodistas siempre nos sacamos la disculpa de que el oficio no lo permite, que el tiempo no alcanza, que el estrés, que los bajos salarios, que el estado del tiempo. Esas son vacas, diría mi madre.)
Tienen —tenemos— la obligación de aprovechar el tiempo, la Universidad, el empirismo, cualquier trinchera es válida para penetrar en los intríngulis de la profesión: cómo se hace, pongamos por caso, una noticia, una crónica, un reportaje. No descuidar pequeños detalles que, tomados de la mano, son los que al final, son los culpables del buen resultado final.
De pronto aparecen en los medios practicantes divorciados de la gramática. O enemigos personales de la ortografía que, inexplicablemente, dejó de ser materia de estudio. No se puede sembrar si no se conoce a cabalidad el uso del azadón, para citar una herramienta de labranza que ha pasado al archivo, como los viejos linotipos, o la máquina de escribir, para no ir muy lejos. Si uno no sabe cómo se escribe una palabra, ignora su correcto significado, lo más seguro es que el Jefe de Redacción ponga en duda, de entrada, su capacidad para elaborar decentemente un trabajo periodístico que se le encomiende.
¿Que la mecanografía qué? Ay de aquellos que llegan a los medios desconociendo las intimidades del computador. O que no sepan utilizar correctamente la grabadora que ojalá fuera remplazada por la taquigrafía, otra materia que debería ser obligatoria. La grabadora fue hecha para el reportero, no al revés. Hay tal exceso de dependencia de las grabadoras en muchos casos, que los gerentes deberían girar los cheques a nombre de la grabadora Fulana de Tal. No le demos a este inocente cachivache el papayazo de acabar con la creatividad, el valor agregado que debe llevar todo trabajo periodístico que acometamos.
No ha sido mi propósito aprovechar esta ocasión para darles en la cabeza, sino que deseaba compartir, así sea deshilvanadamente, algunas experiencias en una actividad de la que a diario tenemos que aprender. El que diga que se las sabe todas, puede agarrar el sombrero e irse. Siempre he creído que el periodismo es un punto de partida; no de llegada. Así es de exigente. Y de fascinante.
Ustedes están en formación pero no lo tomen como una disculpa para no exigirse. El tiempo pasa a razón de sesenta segundos por minuto. El tango de Gardel dice que 20 años no son nada. Es una ráfaga la vida y es mejor aprovechar el cuarto de hora metiéndola toda.
No es por darles coba pero los felicito por haber escogido este oficio. Que de fácil no tiene un carajo si se le quiere desempeñar bien. El que crea que es fácil se montó en el bus que no era. Nos toca ser leales a él, preparándonos mejor siempre. Esa lealtad es una de las forma de la ética que debe acompañarnos como nuestra huella digital. (A falta de una mejor definición, parodiando una famosa frase de Churchill, diría que la ética es que toquen a las tres de la mañana en nuestra casa y sea el lechero, no la policía.)
De la cultura se ha dicho que es lo que queda después de haberlo olvidado todo. Lo mismo diría de estas amnesias de reportero que llegan a su final.
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