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Un periodismo diezmado y acosado

Por José Salgar/ Fuente: www.pulso.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Durante todo el siglo que acaba de pasar, el periodismo fue el principal factor para el desarrollo de Colombia como nación democrática y progresista. De los periódicos salieron las grandes figuras en lo político, lo económico y lo cultural. Y los periódicos fueron también el principal dique de contención contra las amenazas a las libertades y a los derechos humanos.
Hacia fines del siglo se desataron diversas crisis y el sector más duramente castigado en todas sus raíces fue el periodismo.
La avalancha tecnológica que globalizó las comunicaciones y cambió los hábitos de lectura, sorprendió con bajas defensas a ese periodismo que había alcanzado sitio especial entre los de mayor prestigio en el idioma español.
Empresas familiares creadas a través de muchos años como un apostolado al servicio de sus ideales y del bien público, se vieron enfrentadas a la ola internacional de control de viejos y nuevos medios de comunicación por grandes poderes económicos. El periodismo impreso, que había monopolizado la noticia inmediata para transmitirla al mundo alfabetizado, quedó envuelto por la magia audiovisual que llegó a todos los rincones del planeta, a todas las edades y lenguas.
Comenzó entonces la desaparición o fusión de periódicos. Los vespertinos, porque no podían competir en rapidez con la radio y la televisión. Y de los matinales sólo fueron quedando en las grandes ciudades uno o dos, con su prestigio intacto pero en descenso financiero, por la multiplicación de la competencia en el mercado publicitario.
Los países más adelantados han avanzado en el enlace de las técnicas de multimedia y en experimentos para satisfacer las nuevas necesidades del consumo de información y opinión. Pero han sido tan veloces los cambios tecnológicos que todavía no hay patrones generales y se continúa en el período de creatividad.
En Colombia, y en general en América Latina, esa crisis ha sido de desconcierto y desorden. El escritor Germán Castro Caicedo decía en días pasados que los diarios escritos son ahora boletines con noticias comprimidas, como las de la radio, pero que al circular varias horas después son viejas y desabridas.
Hay algo más grave: las secciones de opinión valerosa, comprometida y analítica, que fueron el secreto de éxito de nuestra prensa, y que son el mayor valor que subsiste para la letra empresa, han sido relegadas a las últimas páginas interiores. Allí sobrevive un puñado de columnistas y caricaturistas que atrae el interés del lector por los agudos dardos que se lanzan unos a otros.
Cuando se pasa de un periodismo altivo y de combate a un periodismo amorfo que intenta quedar bien con todo el mundo y al final no queda bien con nadie, el resultado es la baja de la credibilidad. Además, ese periodismo puede llevar a riesgos como los que se le han criticado en estos días, de servir de altavoz al narcoterrorismo en sus tácticas de amenaza de muerte colectiva a los alcaldes. Está crítica no sólo es para el periodismo escrito, sino para radio, televisión e Internet, que siguen aferrados a viejos esquemas de repetición de imágenes y noticias y explotación exagerada del escándalo y la morbosidad.
La crisis del periodismo como negocio, con el consiguiente desempleo en masa, coincidió con la persecución al periodismo como gremio por parte de sus enemigos naturales, que son los delincuentes y los corruptos. Más de cien periodistas han sido asesinados para callarlos, en los últimos años. Otro gran número está en el exilio y tiene que decir sus verdades desde sus escondrijos de Madrid, Miami o México.
Bajo ese panorama, ¿Qué sentido tiene hablar de libertad de prensa?. Sin darnos cuenta de la gravedad que esto tiene para la nación, han ido extinguiéndose por igual la libertad, la prensa y la vida misma de los periodistas.
Seminario de capacitación como éste que auspicia el Ministerio de Trabajo, tienen que empezar por comprender esa realidad de nuestro periodismo diezmado y expectante. Pero no todo puede ser tristeza y pesimismo. Hay luces al final del túnel. En el resto del mundo, y aún entre nosotros mismos, comienzan a abrirse amplias posibilidades para que ésta sea una profesión más especializada, más diversificada, más responsable.
Están perfilándose a diario las transformaciones en todos los medios de comunicación. En los diarios impresos lo importante ya no es la noticia del momento sino la originalidad y profundidad de sus desarrollos. El público saturado de voces e imágenes busca el reposo de una lectura ágil y de beneficio para una vida mejor en los diferentes estratos y edades.
No hay peligro de que desaparezca el papel como máximo intermediario de cultura y orientación en las capas superiores de la sociedad. Podrán desaparecer las elevadas circulaciones y la abundancia de páginas de los principales diarios, pero no su influencia. Seguirán los diarios líderes en cada ciudad que condensen como documento tangible para la historia cuanto merezca publicarse, según su ideología o sus principios. Pero seguirán desapareciendo las publicaciones mediocres. Ya se da el caso de lectores que prefieren pagar altos precios por publicaciones con especialidades precisas.
En el futuro periodismo escrito el éxito será más para la calidad que para la cantidad.
Estamos ante un largo trecho de adaptación a los nuevos sistemas periodísticos. El desastre de las Torres gemelas en Nueva York y el reciente Mundial de Fútbol en Asia, han producido fuertes impactos en la vida diaria de millones de lectores o teleaudientes. La juventud está alelada con nuevos aparatos. Una miniatura ya puede reunir en el tamaño de una agenda de bolsillo, todas las maravillas del teléfono celular, el Internet y el palm pilot.
Están desapareciendo los correos, los horarios para dar las noticias, las escuelas regidas por normas anticuadas y las regulaciones obsoletas sobre el trabajo de los comunicadores. Es un mundo de reinvención , pero que no puede dejar que se arrasen valores eternos en esta profesión, como son la ética, la moral, el humanismo y la misión de educación y cultura.
La transformación de los medios exige también cambios sustanciales en las escuelas de comunicación y en los gremios profesionales. Las escuelas no pueden limitarse a la enseñanza teórica y académica. La nueva industria exige expertos en su amplia variedad de tecnologías y lenguajes, que sólo podrán salir de una disciplina universitaria adaptada a los últimos avances. Y los gremios tendrán que ser muy sólidos, para proteger por igual el derecho al trabajo y a la libertad de expresión.
La invitación es dar un salto por encima de los prejuicios del periodismo que queda atrás, pero sin abandonar sus grandes valores y enseñanzas. Y entrar con entusiasmo a mejorar la profesión y a defenderla, en ese universo deslumbrante que nos ofrecen la tecnología y los nuevos dueños del negocio.
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