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Es mejor perder la nota que la credibilidad (Parte I de II)

Es mejor perder la nota que la credibilidad (Parte I de II)

Por Jesús Blancornelas/ Fuente: www.investigacion.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Normalmente, las investigaciones periodísticas no terminan siendo buenas noticias. Cuando se publican, lo primero que provocan es asombro. Y cuando terminan de leerse a unos se les desploma el corazón y a otros los enoja terriblemente. Pero a la gran mayoría les sorprende el trabajo periodístico y se preguntan "¿cómo le hizo este reportero, quién le ayudó?". Y si nos va bien las opiniones públicas nos favorecen con un "¡Qué buenos reporteros!". Aunque a veces, no faltan opiniones contrarias como "seguramente algún político les pasó todos los datos" o hasta "quién sabe cuánto le pagaron al reportero para publicar eso".
Pero invariablemente la investigación tiene como orígenes desde lo que es ilegal hasta lo engañoso, pasando por la perversidad, la corrupción o la muerte. Naturalmente, el narcotráfico es un tema infaltable.
La investigación periodística en México tuvo un gran empuje y nos contagió a los jóvenes en la década de los años sesentas, cuando Julio Scherer llegó a la dirección del periódico Excélsior de la ciudad de México. Después la aparición de Proceso inspiró a muchos diaristas y reporteros. Y por supuesto con el estruendo mundial que provocó el caso Watergate todos los reporteros jóvenes de aquella época queríamos tener la dicha de lograr las mejores investigaciones.
Enseguida aparecieron dos fenómenos sin precedentes: una oleada de investigaciones que provocaron grandes molestias en el gobierno mexicano y las agresiones a los periodistas con las que respondieron los políticos. Fue y sigue siendo como un juego de pingpong entre el poder y la prensa. Lo lamentable es que la corrupción aumentó y la calidad de la investigación periodística bajó.
Son muy pocos los periódicos, los semanarios o las televisoras que realmente desarrollan trabajos de investigación a fondo. Que tienen fundamentadas sus publicaciones o transmisiones. Que logran las pruebas, que cuentan con testimonios. En una palabra, que van al fondo del asunto, que no ponen límite al tiempo para sus trabajos y que solamente publican cuando tienen todo justificado.
Hace un año me llamó desde México un reportero, quien me preguntó si era cierto que los afamados hermanos Arellano Félix estaban reclutando a jóvenes adinerados de Tijuana para traficar con droga y asesinar. Le dije que ésa era una vieja historia. Que en octubre de 1996 la descubrimos y que muchos de los que dimos por llamar narcojuniors fueron asesinados o estaban prisioneros.
El reportero me dijo que con esos datos le bastaba para hacer un reportaje a fondo. Y yo quedé preguntándome cómo era posible que alguien se atreviera a escribir con base en unos cuantos datos que logró por teléfono sobre algo que no conocía a fondo y que había sucedido un año antes.
También por entonces viajé desde Tijuana a la ciudad de México para asistir a una reunión convocada por el Comité de protección a los periodistas (Committee to Protect Journalists, cpj). Cuando llegué al hotel y empecé a hojear los periódicos, me sorprendí al ver que un diario publicó que yo viajé a la ciudad de México porque la Procuraduría General de la República me citó a declarar sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
La noticia fue transmitida desde Tijuana. Quien lo hizo pudo haber levantado el teléfono y preguntarme si era cierto, pero no lo hizo. Tampoco llamó al subprocurador encargado del caso. No tuvo una fuente ni una confirmación. Pero publicó la nota como si la hubiera investigado.
Precisamente el asesinato de Colosio ha sido manejado con gran irresponsabilidad por la mayoría de los reporteros en sus supuestas investigaciones. Nuestro semanario Zeta organizó una investigación que combinó la enseñanza lograda por los comunicólogos egresados de las universidades y el aprendizaje de nosotros, los empíricos. Para empezar, el caso se dividió en cinco áreas: criminal, política, jurídica, médica y fotográfica. Primero todos los días y después dos veces por semana, desde marzo de 1994, se realizaron reuniones para redondear la información.
Eso nos permitió saber antes que la policía todos los antecedentes del asesino. Durante un mes cuatro reporteros recorrieron diariamente las rutas que siguió el asesino para ir a sus diversos trabajos durante los meses anteriores al día que disparó a la cabeza del candidato presidencial.
Se ordenaron pruebas con peritos para comparar las firmas del asesino en sus solicitudes de trabajo, con lo que escribió al lado de los dibujos donde se presentó a sí mismo como un salvador de México.
Gracias a las fotografías logradas en el momento del crimen fue posible determinar cómo se realizó el movimiento de personas y precisamente un mes después del atentado publicamos que el asesino actuó solo en el lugar de los hechos.
Este trabajo nos permitió asegurar que las personas detenidas como presuntos cómplices del asesino eran inocentes. Y no fue sino hasta pasado un año de nuestra publicación que las autoridades las dejaron libres al no encontrarles delito alguno.
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