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El Defensor del lector: un oficio en construcción (Parte I de II)

El Defensor del lector: un oficio en construcción (Parte I de II)

Por Germán Rey fuente: www.saladeprensa.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Raras veces se tiene la oportunidad de asistir al nacimiento de un oficio. Pero cuando se logra, la experiencia es emocionante: se observan las dudas frente a su origen, las tribulaciones para conseguir definir su destino y sus objetivos, los esguinces para parecerse a sí mismos desde el comienzo. Es difícil definir una identidad en unos tiempos en que muchas de ellas o se han derrumbado o se ponen duramente a prueba.
El Defensor del lector es un oficio en construcción. Oficio, por una parte, variado y por otra, titubeante. Pero un oficio que concentra, como los agujeros negros, una enorme potencia, porque sirve de espejo de las turbulencias que viven a diario las relaciones entre medios de comunicación y sociedad, derecho a la información y poder
La naturaleza inconclusa de la Defensoría del lector es explicable. Hasta hace muy poco años, menos de quince, algunos periódicos pioneros del tema en América Latina, como la Folha de Sao Paulo (1989) o El Tiempo de Bogotá, propusieron la figura y generaron, entonces, un nuevo oficio. Nuevo por su originalidad, pero también por las funciones que empezó a asumir, los campos que vino a ocupar y la trama de relaciones que comenzó a tejer con los dueños de los medios, los anunciantes, los directivos, periodistas y sobre todo, los lectores.
Como lo señala Javier Darío Restrepo, ya en 1916 había en Suecia, cuna del ombudsman, un Consejo de Prensa, que recibía las quejas de la población contra cualquiera de los periódicos del reino. "El ombudsman individual -escribe- solo apareció allí en 1967, ante el fracaso del Consejo de Prensa y en el mismo año, dos periódicos de Lousville en Kentucky, nombraron a John Herchenroeder como el primer ombudsman en los Estados Unidos.
Pero está vez no fue solamente para recibir quejas. Los directores de The New York Journal y del Courrier Journal se estaban preguntando: "¿qué es lo que anda mal en la prensa?", y a Herchenroeder le correspondía responderlo. El Defensor se movía pues entre dos tareas diferentes: la de recibir quejas y la de proveer respuestas a la crisis de los periódicos".
Es interesante que desde sus propios orígenes el Defensor del lector haya estado unido a estos dos propósitos: estudiar y tramitar las demandas de los lectores, pero además ofrecer elementos para afrontar la crisis de los periódicos. Mientras el primer asunto crece en la medida en que se aumenta la participación de la sociedad (es decir, en la medida en que los lectores son más ciudadanos), el segundo tiene hoy una vigencia enorme. Los medios de comunicación se están redefiniendo a partir de las transformaciones de las sociedades, lo que significa modificaciones de lo público, aumento desmesurado de la oferta informativa, relación entre tecnologías y vida cotidiana, cambios en la agenda temática que le interesa a la gente, variaciones en las rutinas y prácticas de lectura, competencia con otros lenguajes, etcétera, aunque con frecuencia la crisis se vive en los modos de representación de la realidad que hacen los medios, en las formas de construcción de la agenda.
Esta condición de proyecto en construcción, de figura que busca delinear sus propios contornos, se pudo apreciar en el Primer Seminario Internacional de Defensores del lector realizado en la Casa Clavigero de Guadalajara (diciembre de 2002) bajo la coordinación de la Fundación del Nuevo Periodismo y con el auspicio del periódico Público de Guadalajara, el BID, la Fundación Friedrich Ebert y el ITESO.
Pero también es un oficio que en América Latina tiene dimensiones comunes y claras diferencias. Es común el significado más profundo del trabajo del Defensor, es decir, su mediación entre los lectores y el medio de comunicación. Como también lo es, la completa autonomía del oficio, sus limitaciones temporales, los materiales primarios con los que trabaja (básicamente conformados por las demandas de la gente), algunos de sus procedimientos y hasta sensaciones mucho más personales e íntimas. El oficio del Defensor del lector parece ser, un oficio de soledad.
Quizás lo sea porque más allá de los análisis y de las investigaciones, inclusive de la propia expresión pública de las opiniones, el Defensor se queda ante la soledad de su conciencia. Al final los juicios morales remiten a declaraciones y decisiones muy personales.
Así es, aunque se cuente con orientaciones generales consignadas en los manuales de estilo, los manuales de redacción o lo estatutos del Defensor, además de los precedentes dentro del medio, la interacción con los periodistas y la propia experiencia.
En general, todos los Defensores del lector en el continente tienen un tiempo específico para su tarea, lo que evita largas e indebidas permanencias en el oficio. Y es un tiempo relativamente corto, que no suele sobrepasar los tres años. Este límite garantiza la renovación de las percepciones, la prevención de los estragos del cansancio y sobre todo la necesaria modificación de miradas y perspectivas. Es a la vez, un mecanismo de control del poder.
La columna dominical cada semana es otra coincidencia del oficio, como lo es una cierta austeridad para realizar un trabajo que requiere distancias, equilibrios complejos y afirmaciones de independencia. La gran mayoría de los Defensores trabajan asistidos tan sólo por una secretaria y en algún caso excepcional, ayudado por la colaboración de un asistente o auxiliar.
La ubicación en las jerarquías de la autoridad también es un rasgo común. El Defensor está ubicado en un lugar organizacional que protege su independencia. No tiene –como señala el Manual de Redacción de El Tiempo, en Bogotá– ni dependencia hacia arriba ni autoridad hacia abajo. No depende, en efecto, de ninguna estructura jerárquica –sean dueños, directores o editores– ni se involucra directamente en actividades que tengan que ver con el proceso de elaboración previa de la información. En algunos casos existe una separación física de la redacción e incluso, como sucede en la Folha de Sao Paulo, las relaciones directas con los periodistas son pocas. Es la opinión pública del Defensor la que se define como el referente para todos, desde los propios periodistas hasta los lectores y lectoras.
Como observaremos más adelante, la relación de cercanía–distancia, es uno de los temas en que surgen más interrogantes sobre la propia operación y el perfil del trabajo del Defensor del lector.
Casi siempre las relaciones del Defensor se establecen con los directivos de los diarios, aunque existen casos en que se han generado formas de relación con los periodistas. Pero no hay obligaciones explícitas en ninguna de las experiencias analizadas sobre lazos de dependencia u obligaciones específicas de rendición de cuentas. Su labor es claramente, un ejercicio de la independencia.
Los Defensores, en un buen número, son periodistas que han hecho una carrera importante dentro de sus respectivas redacciones. Pero no siempre es así. Los hay que han sido colaboradores de los periódicos o académicos que conocen la tarea periodística. Lo que es imprescindible es su competencia crítica, su capacidad de análisis y el reconocimiento de su debida independencia. En el Estatuto del Defensor del lector del periódico Público se dice que "Todos, de una u otra forma, han tenido una proximidad con los medios o el periodismo".
El apoyo irrestricto de los dueños y los directivos es otro elemento común y fundamental para la tarea del Defensor. Sólo si existe una voluntad política que resalte la conveniencia e importancia de la tarea, se garantiza la solidez de la figura y la efectividad de sus propósitos.
En la gran mayoría de los casos analizados, existe un referente normativo para la tarea del Defensor. Un referente del que no se ha partido desde el inicio sino que se ha caracterizado por los titubeos, el ensayo y la intuición; las reglamentaciones formales han sido más bien el resultado de un proceso. Sin embargo, las intuiciones preliminares fueron sorprendentemente semejantes. En La Prensa de Panamá, por ejemplo, se ha incluido un capítulo en su Manual de Estilo, lo que también sucede en la Folha de Sao Paulo, en El Tiempo de Bogotá o en El Colombiano de Medellín. Hay otras coincidencias.
La importancia de la Defensoría para afirmar la credibilidad y la confianza, su sentido en términos de la defensa del derecho a la información y otros derechos fundamentales y su incidencia en la calidad del periodismo. Las diferencias también existen y muestran matices y sobre todo formas de adaptación de un oficio en construcción, a las realidades de un entono que cambia.
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