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Carlos Boyero muestra su apoyo a Pedro J.

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
La crisis que experimenta en los últimos tiempos "El Mundo" y más concretamente su dirección, con los rumores que apuntan a la salida inminente de Pedro J. Ramírez de lo más alto del staff de la cabecera, acrecentados en los últimos días por la reunión del Consejo de Administración de Unedisa, la empresa editora de "El Mundo", la guerra abierta entre César Alierta y el propio Ramírez y la posible fusión entre Recoletos y Correo, han propiciado que se empiece a tomar partido a favor o en contra de Pedro J.
Uno de los primeros que ya ha expresado su apoyo al todavía director de "El Mundo" es el crítico cinematográfico Carlos Boyero, que en su columna de hoy, bajo el título "qué paradoja ser el escudero de King Kong" se posiciona junto a Ramírez. Por su interés, reproducimos en su totalidad la columna firmada hoy por Boyero.
Qué paradoja ser el escudero de King Kong
CARLOS BOYERO

Augurios siniestros, predicciones oportunistas, rumores asustados, cotilleos perversos y complacidos, informaciones presuntuosamente confidenciales, adrenalínica sensación de apocalipsis, convencimiento orgulloso y rastrero por parte de los tan lógicos como infinitos enemigos de que al maquiavélico rey león de la surrealista manada ya le han arrancado sus temibles y resistentes dientes, atmósfera de desconcierto y de incertidumbre en el escenario que me alimenta desde hace más de 13 años, me utiliza, me explota, le exploto, me amarga, me alivia, me asquea, me mosquea, consigue que lo sienta como algo umbilical y dolorosamente mío, me hace sentirme mercenario, joven y viejo, entusiasmó en algunos momentos a mi escepticismo, me censuró en puntuales ocasiones, pero me permitió expresar lo que resulta impublicable según las mezquinas y pragmáticas leyes del turbio universo de la comunicación.
Este periódico sigue provocando mi ancestral desprecio hacia muchos de sus dirigentes y de sus ciudadanos injustificadamente notables sin que peligre seriamente la existencia de mis opiniones, pero también amor racional, sensitivo e incondicional por gente tan profesional como anónima, o por los que, además de poseer un talento luminoso y reconocido, son seres tan humanos, simpáticos y buenos que tienen capacidad para enamorarte, para regalarte vida y consuelo, para convocarte diariamente sólo por el placer de estar con ellos, sin obligatoriedad profesional, en un habitáculo tenso, hiperpoblado, con un notable agobio ambiental.
Y escribo con la convicción de que el lobo Pedro J. Ramírez vuelve a estar acorralado y solo, de que genéticamente está destinado a joder las confortables alianzas y los amigos que convienen, que es un individuo tan extraño como involuntariamente fronterizo, que le vuelve loco el lejano Poder pero no puede dormir tranquilo cuando lo ha conseguido o éste le ha estado lamiendo sus fugaces atributos. Y no me fío de él en cuestiones dolorosamente epidérmicas y en otras transparentemente sinuosas, y me joden sus muy pensados aunque irritantes vaivenes ideológicos o de vendedor de periódicos, y estoy seguro de que contra Franco, contra UCD y contra el PSOE vivíamos mejor, pero que también continuaría ese sentimiento de vitalidad, de juventud, de asumido riesgo, de rebeldía, estando contra el PP. ¿Ilusiones adolescentes, chulería de los pepitos grillos que viven de puta madre a costa de glorificar la estética del fracaso y practicar brutal e irresponsablemente el impune pim, pam, fuego con todos todos los honorables estamentos que han tomado el relevo del gozoso, cocainómano, insaciable Poder?
Siento una empatía y una solidaridad irrenuciables hacia el arrogante luchador al que otra vez todos vuelven a mirar como un apestado sin defensas, a punto de degüello, más solo que la una, deseándole hacer pagar tanta ofensa justa o injusta, tanta verdad o mentira entre comillas, tanto ajuste implacable, visceral o irremediable de viejas o nuevas querellas. Y si se abre o le abren de este tantas veces preocupante y antiguamente heterodoxo libelo que es EL MUNDO, que sólo puede ser suyo a pesar de los auténticos dueños, pues le cobro la mitad de mi sueldo a cambio de que me venda la utopía de las barricadas, de permitirme seguir expresando eternos y vendibles mensajes de náufrago. Junto a Iñaki Gabilondo, Pedro J. es el mejor capitán de barco que he conocido jamás. Si hay que tragar agua, me ahogo o sobrevivo con él.
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